La semana pasada, cuando leí que
habían sido espiados los sindicatos y una asociación de
vecinos, por parte de espías militares, fue risa lo primero
que me produjo la noticia. Y también pensé con gran
celeridad: es lo que necesitaba Juan Luis Aróstegui
para arrastrar su cola de pavo real por todos los medios
escritos y hablados.
Luego, tras meditar unos minutos, decidí escribir acerca de
lo que en un primer momento parecía ser una broma al estilo
de las que se producen en el día dedicado a los santos
inocentes. Mas ese domingo, 28 de enero, el temporal de
levante impidió que los barcos navegaran y, por tanto, los
lectores de este periódico no pudieron leer la columna
titulada Los espías. De ahí que tomé la decisión de
que fuera publicada el miércoles, día 31.
Pero en cuanto me enteré de que el esperpento aireado había
acabado en tragedia, sentí el dolor que produce la desgracia
ajena y comprendí, inmediatamente, que los tontos hacen
mucho más daño que los malvados que piensan bien. Y, claro,
por respeto al hombre que quiso poner fin a su vida, llamé a
los compañeros encargados de hacer El Pueblo y les
dije que no se publicara la columna.
En Madrid, donde estaba para presenciar la inauguración del
pabellón de Ceuta en FITUR, me fui enterando por medio de
internet de todo cuanto se iba escribiendo acerca de un
asunto que jamás debió pregonarse a los cuatro vientos.
Porque a mí me daba en las pituitarias, y así lo reflejaba
en la columna de marras, que el espía podía estar
averiguando si es verdad que el secretario general de CCOO
ha colocado mucha gente a dedo en el Ayuntamiento y otros
sitios. Y algo más: saber quién está detrás de la denuncia
contra la Manzana del Revellín. Y remataba el párrafo de la
siguiente manera: seguro que alguien se ha ido de la mui y
ha dejado al espía con el culo al aire. Y no crean ustedes
que mi olfato adolecía de falta de soporte. A mí me consta
que en la inteligencia militar los hay que suelen contar
entre sus amistades lo que no deben. A propósito:
Inteligencia militar son términos contradictorios. La cita
creo que se la atribuyen a Marx (“Groucho”). No
obstante, y en vista de que la situación ha tomado visos de
tragedia y puede convertirse en un escándalo innecesario y
contraproducente para el Ejército y, desde luego, para los
militares en Ceuta, prefiero reservarme claros indicios de
que algún tonto, lenguaraz y con aires de grandeza, ha sido
el causante de todo lo ocurrido.
El Ejército, cual todas las instituciones, merecen respeto
pero nunca sumisión. Ello es algo que aprendí mientra estuve
dos años a las órdenes directas de un ministro: el almirante
Abárzuza. Y también conviene decir lo siguiente: los
periodistas que tratan de hacer amistades entre los
descontentos militares para arrancarles a éstos, en momentos
determinados, comentarios improcedentes contra sus mandos,
tendrían que ser conscientes de la gravedad en que incurren
cuando publican lo que no deja de ser una canallada.
Y es que se ha puesto de moda no sólo aprovecharse de tales
chivatazos en relación con todo cuanto de envidias y
zancadillas se producen entre la cúpula militar, sino que
también los jueces y los mandos de ambas policías, tienen
detrás a personas que unen su destino a periodistas para
contarles vida y milagros de la institución a la cual
pertenecen.
Periodistas que no saben crear nada; y que se levantan
pensando que el día ideal es cuando las acciones malas
priman sobre las buenas. Cierta vez, entrevistando al
comandante general, Gómez Hortigüela, hablamos de
ello. Presente estaba un teniente coronel. Ahora, lo más
importante reside en la recuperación del militar destrozado
en todos los aspectos.
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