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OPINIÓN - VIERNES, 2 DE FEBRERO DE 2007

 
OPINIÓN / COLABORACION

El PP, o cómo vivir del miedo ajeno

Por Gonzalo Sanz


Thomas Hobbes, filósofo inglés del Siglo XVII, dijo: “El día que yo nací, mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo”. Su madre lo parió de forma prematura ante la ansiedad provocada por la noticia de que la Armada Invencible española se acercaba a las costas inglesas. Como él, todos vivimos con nuestro gemelo que es tan diferente en cada sujeto como diferentes son también los modelos de interacción que cada ser genera ante éste en la vida.

Así, desde la oscuridad de los tiempos, el hombre se ha impuesto al hombre con el miedo. Desde el señor feudal, que atemorizaba a sus vasallos desde su atalaya de poder, hasta el obispo, que hacía sentir las fauces del infierno en las carnes de los atenazados feligreses, la clase dirigente ha sobreexplotado este instrumento y se ha mantenido intocable a lo largo de los tiempos.

En política, o el arte del gobierno, el uso del miedo para lograr objetivos ha sido una constante en nuestra historia. En la actualidad, afortunadamente, cada vez hay menos desgraciados que se atreven a aferrarse al poder a través de la irresponsable y vomitiva práctica de atemorizar a la opinión pública. Personajes como Bush, que se atreven a crear “Ejes del mal”, demonizando a decenas de países, o a divinizarse con frases como “Dios ha elegido a América para liderar la guerra contra el terror” producen nauseas en gran parte de la población pero consiguen, desgraciadamente, causar verdaderos estados de ansiedad nacional en un gran sector de la opinión pública.

De esta tremenda injusticia no se libra ni España ni Ceuta. Aznar, que lleva tres años remedando en escala 1:2 a Bush en su cruzada contra el Islam, ya nos ha regalado decenas de ofensas holocaústicas que nada ayudan al entendimiento entre congéneres. La dirección política del PP actual no se queda corta y tira de la calculadora del miedo para hablar de inmigración o lucha contra el terrorismo, asuntos que ni deberían dejar de ser jamás asuntos de Estado, ni deberían utilizarse de manera negligente para arrancar unos miles de votos. La idea es sencilla: hacer aflorar o magnificar las preocupaciones de los españoles para presentarse como el partido de la mano dura y la intransigencia capaz de luchar contra los fantasmas que ellos mismos crean. Una estrategia asquerosa pero efectiva.

En Ceuta, el PP hace extensivo uso de esta repugnante forma de hacer política. El “miedo al moro” patentado por el PP se cimenta en una operación silenciosa de tirar la piedra, esconderse con rapidez, y luego aparecer como amantes del dialogo entre culturas. Cuanta hipocresía atesora un PP que por mucho que ensaye ante el espejo el discurso del buen rollito, destila un rancio olor a partido segregador y excluyente.

Como una extensión del legado arquitectónico defensivo de la Ciudad, el PP, eso sí, vestido de primera comunión, sigue, enajenado, lanzando pólvora a destajo en una guerra pret a porter, diseñada y alumbrada por un partido que vive del jugo repugnante que produce la terrible fruta de la intolerancia.

Alimentar los miedos es execrable, pero vivir de las rentas producidas por este ejercicio de atrocidad aún lo es más.
 

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