Thomas Hobbes, filósofo inglés del Siglo XVII, dijo: “El día
que yo nací, mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo”. Su
madre lo parió de forma prematura ante la ansiedad provocada
por la noticia de que la Armada Invencible española se
acercaba a las costas inglesas. Como él, todos vivimos con
nuestro gemelo que es tan diferente en cada sujeto como
diferentes son también los modelos de interacción que cada
ser genera ante éste en la vida.
Así, desde la oscuridad de los tiempos, el hombre se ha
impuesto al hombre con el miedo. Desde el señor feudal, que
atemorizaba a sus vasallos desde su atalaya de poder, hasta
el obispo, que hacía sentir las fauces del infierno en las
carnes de los atenazados feligreses, la clase dirigente ha
sobreexplotado este instrumento y se ha mantenido intocable
a lo largo de los tiempos.
En política, o el arte del gobierno, el uso del miedo para
lograr objetivos ha sido una constante en nuestra historia.
En la actualidad, afortunadamente, cada vez hay menos
desgraciados que se atreven a aferrarse al poder a través de
la irresponsable y vomitiva práctica de atemorizar a la
opinión pública. Personajes como Bush, que se atreven a
crear “Ejes del mal”, demonizando a decenas de países, o a
divinizarse con frases como “Dios ha elegido a América para
liderar la guerra contra el terror” producen nauseas en gran
parte de la población pero consiguen, desgraciadamente,
causar verdaderos estados de ansiedad nacional en un gran
sector de la opinión pública.
De esta tremenda injusticia no se libra ni España ni Ceuta.
Aznar, que lleva tres años remedando en escala 1:2 a Bush en
su cruzada contra el Islam, ya nos ha regalado decenas de
ofensas holocaústicas que nada ayudan al entendimiento entre
congéneres. La dirección política del PP actual no se queda
corta y tira de la calculadora del miedo para hablar de
inmigración o lucha contra el terrorismo, asuntos que ni
deberían dejar de ser jamás asuntos de Estado, ni deberían
utilizarse de manera negligente para arrancar unos miles de
votos. La idea es sencilla: hacer aflorar o magnificar las
preocupaciones de los españoles para presentarse como el
partido de la mano dura y la intransigencia capaz de luchar
contra los fantasmas que ellos mismos crean. Una estrategia
asquerosa pero efectiva.
En Ceuta, el PP hace extensivo uso de esta repugnante forma
de hacer política. El “miedo al moro” patentado por el PP se
cimenta en una operación silenciosa de tirar la piedra,
esconderse con rapidez, y luego aparecer como amantes del
dialogo entre culturas. Cuanta hipocresía atesora un PP que
por mucho que ensaye ante el espejo el discurso del buen
rollito, destila un rancio olor a partido segregador y
excluyente.
Como una extensión del legado arquitectónico defensivo de la
Ciudad, el PP, eso sí, vestido de primera comunión, sigue,
enajenado, lanzando pólvora a destajo en una guerra pret a
porter, diseñada y alumbrada por un partido que vive del
jugo repugnante que produce la terrible fruta de la
intolerancia.
Alimentar los miedos es execrable, pero vivir de las rentas
producidas por este ejercicio de atrocidad aún lo es más.
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