Es obvio que, ni desde la cubierta
de un yate, ni desde la ventanilla de un coche con chofer se
contempla un mundo real. Desde mi criterio de maestra
Liendre, que de ná sabe y de tó entiende, con la realidad
pasa como con las ciudades: que hay que pasearla para
aprehenderla, que no es lo mismo que aprenderla, aunque
también haya que estudiarla a pie de calle, mezclándose y
amalgamándose con lo auténtico. O mejor dicho, con lo
abrumadoramente auténtico, porque lo exclusivo, lo
glamouroso y lo chic no son sueños de una noche de verano,
sino que existen. Pero para pocos. No sé como decirles, por
ejemplo, que me es más cercano mi hermano espiritual Karim,
alma de IU en Ceuta y siempre enzarzado en unas batallas
para las que dice utilizar ese viejo principio de los
Maestros “Cuando tengas que elegir entre dos caminos, elige
siempre el camino del corazón. El que elige el camino del
corazón no se equivoca nunca” soy más afín a Karim que a esa
cita en compañía de mi otro hermano, el abogado madrileño
Diego Lillo, cuando el sirio Monzer Alcassar, nos brindó con
su proverbial amabilidad y esa hospitalidad generosa que
viene con la raza, un apartamentito en el Gray D´Albion para
montar despacho y encima degustando un café tan espeso que
se quedaba de pie la cucharilla en la taza. ¿Qué dicen? ¿Qué
como tiene Monzer montado el palacio? Pues con gusto
exquisito, abajo un salón para recibir de dimensiones
mayestáticas, en el hall un piano y subiendo la escalera de
mármol una salita más recogida que es donde recibe , se toma
el piscolabis y se ve la televisión.
Abrumador e irreal. Como todas las villas que salpican las
proximidades de Banús, de la urbanización Alzambra para
arriba. Pero ni a los palacios subí ni a las chabolas bajé,
me quedo en el término medio, de patearme la realidad usando
el autobús, que voy que vengo. Y no se por qué, los
viajeros, me parecen siempre cansados, sobre todo a la
vuelta, ya anochecido, cuando regresamos de levantarnos el
jornal. Muchos prescindiendo de las incomodidades de pagar
uno de los carísimos parkings públicos que ha montado el
Ayuntamiento, con gran alharaca, júbilo que todos los
malagueños compartiríamos si fueran un servicio público
gratuito, pero como no lo es, sino que constituyen sacaderos
de dinero, no entendemos tanta autocomplacencia ni tanto
“Cumplimos nuestras promesas” ¿Qué promesas? ¿Qué alguna
empresa se forre? ¡Pues vaya labor social del pan pringáo!.
En fin, que aparcar aquí es difícil y muy caro, los taxis
son prohibitivos y hay que tirar de bonobús y viajar en amor
y compaña, en solidaria mescolanza y con esa rara educación
que hace estar atentos a la entrada de un abuelo o de una
abuela para dejarles el sitio. Hay cortesía entre el pasaje
y pedagogía, más de una vez he visto a mujeres pregonar a un
zangalotón enganchado al ipod y derrengado en el asiento
“Tú, muchacho ¡Há er favó de mové los huevos que hay señoras
mayores! ¡Habrase visto la poca vergüensa!” Y el zangalotón
se levanta a regañadientes, pero ha aprendido algo y todos
nos hemos dado cuenta de la especie de fraternidad sencilla
que existe entre los que regresan del trabajo, o de hacer
compras, o van a un mandáo.
El mundo real no son rostros solitarios y anónimos que pasan
unos al lado de otros sin percibir presencias, hay cansancio
en los semblantes, pero también humanidad. La gente va
fatigada, pero no amargada, al revés, deseando que a alguien
le de un pronto, suelte una merdellonería y el autobús
entero se parta el pecho de risa. El mundo real es para
pasearlo y latir con él, me crean, siempre hay algún
instante en que te esponja el corazón.
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