No ha mucho que llegué a Ceuta proveniente de Madrid. En
esta tierra vivo con mis dos hijas y mi mujer y, aunque toda
nuestra familia habita otras latitudes, nunca nos hemos
sentido solos en este ciudad. Las gentes de Ceuta se
resisten a que el Estrecho y sus Levantes acaben por
convertirla en una isla y, con esta lucha constante tan
presente en sus vidas, se resisten, también, a que los
recién llegados a Abyla puedan caer en la tentación de verse
a la deriva, sintiéndose ellos mismos una isla en una
sociedad cerrada.
Esa solidaridad, ese aliento social que nos acoge no se
percibe únicamente en las relaciones “de calle” (cuando uno
entabla conversación con el compañero de viaje en el ferry,
o con el taxista, o con el vecino, por poner unos ejemplos),
sino que, precisamente en el lugar de trabajo, tiene una
manifestación clarísima a través del apoyo que se recibe
desde el primer día por parte de los compañeros. Antonio
Fernández, nuestro Jefe de Servicio de Costas en la
Delegación de Gobierno, fue una de las personas que más me
arropó y sostuvo en esos primeros momentos de arribada a un
nuevo y desconocido puerto.
Mucho fue lo que me ayudaste y enseñaste, Antonio, y mucho
será lo que yo tenga que agradecerte a lo largo de mi
existencia. Tú has sido una persona que en vida sembró y,
aunque te has malogrado, todos nosotros recogeremos tu
cosecha e intentaremos que tus virtudes, tus logros y tus
anhelos te trasciendan. Te lo debemos.
Tranquilo, afable, cortés, ingenioso, leal, responsable y
bondadoso, Antonio Fernández creó escuela fuera y dentro de
la Administración. Todos sabíamos que, además de ser un
excelente compañero y hombre amante de su familia, eras un
servidor público intachable y que tan solo el tesón y la
devoción que mostrabas por tu trabajo y que añadías a tu
contrastada pericia profesional, permitían que desarrollaras
una labor profesional tan complicada como la que se te
asignó. Antonio, nuestro trabajo en común, desgraciadamente,
no ha sido tan largo como habríamos deseado, pero para mí ha
sido desproporcionadamente fructífero e intenso. Nunca
olvidaré el celo profesional que mostraste durante la
“crisis del foso”, ver tu dedicación, tu abnegación y tu
preocupación por aquel asunto con graves consecuencias
sociales, y que te engulló sin que tú pudieras solventarlo
desde tu puesto, fue un verdadero estímulo para una persona
como yo que, recién llegado a mi puesto, buscaba referentes.
Has muerto a traición compañero, tan rápido que, con toda
probabilidad, mucha gente no ha tenido la oportunidad de
decirte lo que te quería y lo que valías (seguramente esto
ha ocurrido porque tú lo hayas querido así, porque tu gran
humildad te impedía deleitarte en el halago), y tan rápido
que no causaste molestia alguna ( la gente tan prudente como
tú siempre parte de un lugar como tú lo hacías en la
Delegación del Gobierno, en silencio, tan callando).
Siento mucho que ya no me vaya a ser posible consultar tu
biblioteca virtual (sí, esa que planeabas desarrollar cuando
te jubilaras), siento muchísimo el sufrimiento de los tuyos,
a los que aliento y a cuya disposición me pongo, siento, en
definitiva, no poder revivir muchas cosas y no vivir otras,
compañero, pero estoy seguro, y con esto me despido, de que
seré capaz de acudir a tu indeleble imagen de bonhomía cada
vez que tenga necesidad. ¡Gracias!
¡Un abrazo Antonio!
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