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OPINIÓN - MARTES, 30 DE ENERO DE 2007

 
OPINIÓN / OBITUARIO

Carta a un amigo

Por JOSÉ JUAN ESPARTERO LÓPEZ


No ha mucho que llegué a Ceuta proveniente de Madrid. En esta tierra vivo con mis dos hijas y mi mujer y, aunque toda nuestra familia habita otras latitudes, nunca nos hemos sentido solos en este ciudad. Las gentes de Ceuta se resisten a que el Estrecho y sus Levantes acaben por convertirla en una isla y, con esta lucha constante tan presente en sus vidas, se resisten, también, a que los recién llegados a Abyla puedan caer en la tentación de verse a la deriva, sintiéndose ellos mismos una isla en una sociedad cerrada.

Esa solidaridad, ese aliento social que nos acoge no se percibe únicamente en las relaciones “de calle” (cuando uno entabla conversación con el compañero de viaje en el ferry, o con el taxista, o con el vecino, por poner unos ejemplos), sino que, precisamente en el lugar de trabajo, tiene una manifestación clarísima a través del apoyo que se recibe desde el primer día por parte de los compañeros. Antonio Fernández, nuestro Jefe de Servicio de Costas en la Delegación de Gobierno, fue una de las personas que más me arropó y sostuvo en esos primeros momentos de arribada a un nuevo y desconocido puerto.

Mucho fue lo que me ayudaste y enseñaste, Antonio, y mucho será lo que yo tenga que agradecerte a lo largo de mi existencia. Tú has sido una persona que en vida sembró y, aunque te has malogrado, todos nosotros recogeremos tu cosecha e intentaremos que tus virtudes, tus logros y tus anhelos te trasciendan. Te lo debemos.

Tranquilo, afable, cortés, ingenioso, leal, responsable y bondadoso, Antonio Fernández creó escuela fuera y dentro de la Administración. Todos sabíamos que, además de ser un excelente compañero y hombre amante de su familia, eras un servidor público intachable y que tan solo el tesón y la devoción que mostrabas por tu trabajo y que añadías a tu contrastada pericia profesional, permitían que desarrollaras una labor profesional tan complicada como la que se te asignó. Antonio, nuestro trabajo en común, desgraciadamente, no ha sido tan largo como habríamos deseado, pero para mí ha sido desproporcionadamente fructífero e intenso. Nunca olvidaré el celo profesional que mostraste durante la “crisis del foso”, ver tu dedicación, tu abnegación y tu preocupación por aquel asunto con graves consecuencias sociales, y que te engulló sin que tú pudieras solventarlo desde tu puesto, fue un verdadero estímulo para una persona como yo que, recién llegado a mi puesto, buscaba referentes.

Has muerto a traición compañero, tan rápido que, con toda probabilidad, mucha gente no ha tenido la oportunidad de decirte lo que te quería y lo que valías (seguramente esto ha ocurrido porque tú lo hayas querido así, porque tu gran humildad te impedía deleitarte en el halago), y tan rápido que no causaste molestia alguna ( la gente tan prudente como tú siempre parte de un lugar como tú lo hacías en la Delegación del Gobierno, en silencio, tan callando).

Siento mucho que ya no me vaya a ser posible consultar tu biblioteca virtual (sí, esa que planeabas desarrollar cuando te jubilaras), siento muchísimo el sufrimiento de los tuyos, a los que aliento y a cuya disposición me pongo, siento, en definitiva, no poder revivir muchas cosas y no vivir otras, compañero, pero estoy seguro, y con esto me despido, de que seré capaz de acudir a tu indeleble imagen de bonhomía cada vez que tenga necesidad. ¡Gracias!

¡Un abrazo Antonio!
 

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