Mientras los políticos continúan
echándose en cara sus respectivas estrategias en el tema de
ETA y de Juana Chaos sigue con el régimen de la clínica
Buchinguer marbellí, pero “de gratis”, el tema de más
rabiosa actualidad durante estos días es el tiempo. Lo sé
porque capto opiniones y comentarios en mis solitarios cafés
madrugadores y no requiero de esas encuestas, que suelen ser
el arte de mentir con porcentajes, para palpar las
preocupaciones y los sentires reales. ¿Qué me están echando
en cara? ¿Qué los lugares que frecuento bajo mi gorro de
lana no son excesivamente glamourosos y si muy, pero que
muy, populares? ¿Y qué? Los humildes también votamos y
quienes nos sentimos, por necesidad o por opción espiritual,
clase trabajadora, somos abrumadora mayoría entre el
electorado.
Lo cierto es que, a la concurrencia de los lugares que
frecuento en mis silenciosas colaciones mañaneras, lo que le
motivaba era comentar el temporal y hacerse cruces “¡Si esto
es aquí, no veas como estará ese Estrecho!” A nosotros nos
tocan las olas bravías comiéndose las playas y saltando los
espigones, nada impresionante si se comparan con las casi
galernas de ustedes que tienen mares más vivaces y
contestatarios. Y vientos de levante antisistema que diseñan
cielos de cromatismos incomparables. Les digo que, la
amalgama de grises y platas que he tenido el privilegio de
presenciar en los temporales de Ceuta o de Melilla, no
tienen más parangón que, en la Costa do Morte gallega, que
es también un prodigio de naturaleza salvaje y desatada, de
una belleza sin límites. Lo que pasa es que, los
galleguitos, capitalizan y rentabilizan su mal tiempo y sus
morriñas, presentando al turismo paisajes verdes y húmedos y
mares embravecidos, ideales para hacer fotos y pronostico
que, en Ceuta, la volubilidad climática será reclamo en
cuanto abran unos cuantos museos, pongan escuelas de español
para guiris en la universidad y comience a acudir el turismo
cultureta, que dejar, no deja mucho dinero, pero hace bulto
y anima las calles.
“Cortado el tráfico marítimo en el Estrecho” Anuncian y por
aquí, por el este, se tiembla porque la nube negra con un
rayo señalada en el mapa del tiempo puede significar
desastres como el de 1989, inundaciones y la temida “riá”
que desborda cauces y arroyos, arrastra coches hasta la
playa y demuestra la imprevisión de los que hicieron los
PGOU permitiendo construir bloques en lugares que eran paso
obligatorio de las aguas. La fiebre del ladrillo es muy
voraz y en Málaga, controlada por lo que denominan en el
diario La Opinión “El lobby merdellón” el cemento es el rey
y a este paso van a recalificar la catedral para hacer
bloques de apartamentos de cincuenta metros. Cincuenta
metros. La tónica habitual en el centro histórico, como si
toda la ciudad estuviera ocupada por el típico ejecutivo
agresivo single. Cuando no es así, la gente tiene familias y
necesitan espacio, pero no necesariamente entramparse
treinta años de sus vidas con la usura bancaria para acceder
a unos pocos metros cuadrados. Preocupa el temporal y más
desde el tsunami, que creó bastante paranoia a quienes
habitamos en zonas sísmicas ¿Y si le da por que haya un
terremoto en la mar y se líe un maremoto? La primera línea
de costa con sus cutres construcciones años setenta a precio
de Milla de Oro de Marbella, directamente, a la gran
chingada, que dicen los gringos. Preocupan tempestades de
especulación inmobiliaria y tempestades con la B de borrasca
rondando el Estrecho. Pero hasta las galernas tienen su lado
positivo, porque, los delincuentes se recogen en sus casas y
dejan para otro día sus crímenes.
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