Es domingo. Leo la prensa en
internet mientras espero que mi cuñado traiga los periódicos
dominicales. Sigo teniendo predilección por los medios
escritos. Disfruto leyendo a quienes saben escribir. La
lectura me hace mucho bien. Aunque no hasta el extremo de
poder atribuirme el beneficio que le reportaba a
Montesquieu: “No habiendo tenido nunca un disgusto que
una hora de lectura no me haya quitado”.
Pues en mi caso, sé a ciencia cierta que sin la conciencia
aquietada me resulta imposible centrarme en lo que leo. Yo
necesito la condición ideal de reposo y calma para acudir a
los anaqueles y elegir el primer libro que en esos momentos
me entre por los ojos.
Es lo que hago cuando mi cuñado llega y me dice que nos
hemos quedado sin prensa porque los barcos, debido al
temporal de levante, se han quedado sin navegar. El libro
elegido lleva por título Cuaderno amarillo y es Salvador
Pániker su autor. No hace falta decir que me dispongo
a releerlo.
A Salvador Pániker lo definió Francisco Umbral
como un catalán de Nueva Delhi, indio de Pedralbes. Y le
adjudicó la etiqueta de hombre renacentista. No en vano es
ingeniero, editor, filósofo...
Cuaderno amarillo está escrito en forma de diario y
en él se cumple perfectamente lo que se nos dice en la
solapa del libro: que hay una mezcla de anécdota con la
categoría y en sus páginas se expone una nueva visión del
mundo...
Digo que el libro está escrito a modo de memoria y, por
tanto, me paro en el día 26 de noviembre, del año en que fue
escrito lo que sigue: “Abundan los llamados “cristianos sin
Iglesia” y que, sin embargo, “rezan” o meditan”. La
tendencia es que cada cual organice a su gusto su propio
espacio religioso. El objetivo ya no es la felicidad en el
“más allá” sino la dicha “aquí abajo”, en lo cual ha
influido, por supuesto, el espectacular aumento de la
esperanza de vida. Y concluye: “Cuando las gentes vivían a
lo sumo 30 años, el “más allá” era muy importante; hoy, con
una esperanza de vida de 80 años, lo que cuenta es la salud
del cuerpo aquí y ahora”.
Pues bien, si la Iglesia, que es sabia y poderosa por lo que
los hombres le han venido contado a través de siglos, tiene
mala prensa y pierde fieles a borbotones, cómo es posible
que los políticos no aprendan para no poner en peligro una
democracia treintañera.
La gente está harta de enfrentamientos entre partidos que
carentes de ideologías han de enfocar los problemas de
maneras muy distintas a fin de entrar en debate para marcar
las diferencias y hacer proselitismo con esa forma de
encausar los asuntos.
Y parece que los políticos disfrutan de lo lindo
enrareciendo el ambiente y de esa forma propiciar la
división de los españoles y que se vuelva a hablar de las
dos manidas Españas machadianas. En tanto y cuanto la
tercera España, compuesta por una miríada de personas
moderadas, asiste al debate sumida en la preocupación y con
niveles excesivos de hartazgo.
Esa tercera España, formada por quienes acuden a las urnas
tras haber pensado mucho la concesión de su voto, y que
también puede generar gran cantidad de abstenciones, está
pidiendo a gritos la presencia destacada de un líder capaz
de amansar las aguas revueltas de la mar procelosa en que
los partidos políticos han convertido la España de todos.
Un líder, democrático, naturalmente; y nunca la figura de un
tirano por el cual parece suspirar Ignacio Villa
-redactor de informativos de La Cope-, cuya
personalidad arrastre a una mayoría de españoles que quieren
vivir en paz y reírse incluso de esos mitos con los que
catalanes y vascos hacen banderas separatistas. Porque, si
los vascos no matasen -perdón, algunos vascos-, seguramente
más que miedo nos servirían para cachondearnos de ellos.
|