La sensación de desorden que
transmiten los agentes políticos y sociales españoles en los
últimos días, a mi juicio en una falsa búsqueda de la paz,
viene generando un clima de crispación que deberíamos
evitarlo. Creo que lo que hace falta es poner orden, no hay
otra manera de hacerlo que en libertad y justicia, sino
queremos volver a viejas etapas, llamar a las cosas por su
nombre, dejarse de ambigüedades, puesto que cualquier
sociedad que aspire a ser justa, antes tiene que ser libre,
lo que conlleva cerrar los pasos, con las únicas armas del
derecho, a los que han seguido el camino de la amenaza y el
chantaje para sembrar el terror.
Lo primero es que tenemos que volver al camino de lo cabal,
lo que requiere gobernantes capaces de imponer sus
decisiones y acciones, encaminadas a la desaparición de los
sembradores de violencias. Si uno no encontrase sabiduría y
fortaleza democrática suficiente para instaurar ese orden y
esa seguridad a la que todos tenemos derecho, se debiera ser
lo suficientemente caballero para bajarse del pedestal y
dejar sitio para que otros tomasen la rienda. Para instaurar
la paz hay que tener todos los apoyos habidos y por haber,
para llegar al fondo del conflicto y poder resolverlo. Nadie
sobra, todos somos necesarios.
Por una parte, ETA se reafirma en los objetivos recogidos en
la declaración del 22 de marzo, por la que la organización
armada declaraba un alto el fuego permanente de cara a
impulsar un proceso democrático en Euskal Herria. Por otra,
tras asumir el atentado de Barajas, expresa su voluntad de
reforzar e impulsar el proceso, y reitera su “firme
determinación de responder en la medida que persistan los
ataques contra Euskal Herria”. A ETA no sólo hay que decirle
que con las armas no se refuerza e impulsa ningún proceso en
libertad, hay que hacerle ver y convencer que sólo, desde
los resortes democráticos, es posible avanzar ¿De qué
ataques contra Euskal Herria habla ETA si la más grave
amenaza contra la paz es atentar cruelmente contra la vida
humana y coartar la libertad de las personas?
En cualquier caso, no podemos ni debemos tampoco, seguir
instalados en el ahora sí diálogo y cuando me canse dejo de
dialogar, porque lo único que se genera en la sociedad es
más miedo y más odio, extendiéndose la atmósfera de
encogimiento y confrontación. Ante cualquier problema entre
gente civilizada, lo propio es poner sobre la mesa, no una
artillería de bombas, sino el valor del diálogo libre y
respetuoso, para superar las dificultades surgidas. Al
hablar del diálogo no me refiero a los que se sitúan fuera
de la legitimidad, los que no creen en los valores
democráticos de ninguna manera pueden ser considerados
interlocutores válidos, hablo de aquellas fuerzas sociales y
políticas a las que no les asusta la palabra libertad, ni
les espanta la justicia, ni la pluralidad de las
nacionalidades y regiones como derecho de autonomía en la
indisoluble unidad de la Nación española. Insisto, nos hace
falta poner razón en asientos libres y que se arraigue como
costumbre, no en hacer lo que se quiere, sino en hacer lo
que se debe por el bien común.
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