¿Qué murmuran entre ustedes? ¿Qué
si voy a hablar del incremento espectacular del consumo de
cocaína en España? Pues lo cierto es que, mis tiros
literarios no iban por ahí, porque pensaba centrarme en las
nevadas que decoran la mitad de nuestra piel de toro,
convirtiendo al astado en albino. Pero ciertamente, estamos
muy picardeados y muy reveníos, porque decimos “la blanca”y
la cuestión se torna sospechosamente esnifadora, estafadora
e insana. ¿Qué por que estafadora? Porque comenta mi
clientela y se refleja en reportajes que, lo que los
coqueros se meten por las narices en esta Patria es
cualquier cosa + cocaína, es decir, un ochenta por ciento de
porquería y un escaso veinte por ciento de los polvillos de
la madre Celestina.
Que, me hagan caso, hacen mierda las neuronas y desencadenan
unas depresiones y unos episodios psicóticos del carajo, por
mucho que, momentáneamente, provoquen los mismos efectos, en
corto y escaso, de aquellas famosas anfetaminas, de venta
libre en botica hasta los años ochenta y que se llamaban
“pastillas para estudiar”. Lo cierto es que, generaciones de
universitarios más flojos que un muelle de guita, proclives
a dar el achuchón final tras haber pasado el trimestre
haciendo política activa y corriendo delante de los grises,
se apuntaban a los extintos Stil 2, dexedrina, paliatín
estimulante, la antigua centramina, el katovit con sus
“minas” correspondientes, se empapuzaban de anfetas con un
ventilador enchufado a la vera para que les fuera pasando
rápido las páginas del libro y no tener ni que molestarse en
mover la mano, aprobaban tras el atracón y ni se enganchaban
ni pollas en vinagre, tiraban las pastis sobrantes y hasta
el próximo parcial. La juventud de los sesenta y los setenta
no era nada hedonista, es más, estábamos tan ocupado
construyendo la nueva España, peleándonos y lanzando
soflamas de diverso signo que no se nos ocurría engancharnos
a nada que no fueran los ideales, asistir a cine de arte y
ensayo furtivamente en los colegios mayores y presumir de
leer a Hermann Hesse y de recitar a Tagore.
La juventud del franquismo y de la Transición estaba
politizada a tope y funcionábamos muy en plan Ibsen “Lo que
me interesa de la libertad, es la lucha por ella,
conseguirla no me interesa”. Pero ninguno, ni de izquierdas
ni de derechas, éramos unos melindrosos pijoteros de moral
onegetista y almibarada. Por los ideales se luchaba, por
defenderlos se peleaba, había una testiculina dura en
aquella juventud española, una raza hermosa, un ADN sin
contaminar por lo políticamente correcto. Si nuestros chicos
y los de los otros se enzarzaban y acababan lesionados,
nunca jamás hubo el precedente de una correndija a poner “la
denuncia” eran gajes de ser jóvenes, de combatir cada cual
por sus valores y de recibir indiscriminadamente manguerazos
de agua helada de los grises. Tal como fuimos… Y no existían
las drogas, como mucho los existencialistas fumaban
marihuana cuando no estaban anfetaminándose para aprobar
exámenes. Decíamos “blanca” y era la nieve hermosa de la
sierra y el caballo jamás había galopado, cabalgado por la
muerte, por la piel de toro albino.
Contemplo en la tele la España nevada y siento una nostalgia
infinita y una especie de ardor guerrero que incita, a este
corazón de madre española, a arrimar el hombro para
construir de nuevo ilusiones, sueños, ideales y proyectos,
como en aquella Transición feliz, de unidad entre los
españoles, de cárceles que se cerraron en los sesenta por
falta de inquilinos, donde una estudiante podía despejarse
paseando a las cuatro de la mañana por una Granada cubierta
de nieve. Y rescataremos los sueños y los ideales,
despertaremos del letargo, “año de nieves año de bienes” De
ilusión, de lucha, de hombría, de ser tal como fuimos…
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