Si el sabio uso del ocio es un
producto de la civilización y de la educación, una sabia
decisión es poner en valor el turismo rural. Por ello,
considero una buena noticia que se de fuelle a este tipo
recreos con el hábitat y que se estudie la posibilidad de
elaborar normativas que permitan reunir los distintos
aspectos relacionados con su cultura, cuidando desde los
requisitos mínimos que deben cumplir los alojamientos hasta
los centros de interpretación, las rutas enológicas, el
ecoturismo, o el turismo ornitológico, que inciden
directamente en el desarrollo de los pueblos. Habrá que
cuidar, pues, los accesos con más tino y crear nuevas
infraestructuras con más tacto, acordes con los tiempos
actuales, respetando en su justa medida, la conservación del
patrimonio rural. Por cierto, todavía sigue produciendo gran
dolor que la naturaleza nos hable mientras nosotros solemos
hacernos los sordos. Los indicadores económicos permiten ser
razonablemente optimistas en cuanto al turismo rural. Esto,
a mi juicio, va a depender mucho del crecimiento de la
oferta y de la cualificación de las personas. Conviene
conocer los comportamientos y características de los
visitantes, sobre todo para orientar la acogida en un
mercado turístico, sumamente competitivo. Es cierto que cada
día son más las personas que para sus días de ocio, o fines
de semana, buscan espacios abiertos, en plena naturaleza.
Considero que el papel de las administraciones públicas, en
este sector, ha de ser primordial, promocionando e
incentivando mediante subvenciones la realización de
actividades lúdicas, deportivas y culturales. Sólo mediante
este paraguas proteccionista se puede avanzar.
Además, estimo que hay que apostar por un desarrollo
ordenado y sostenible para que los pueblos no se desvirtúen,
ni pierdan su encanto natural, como ha sucedido con el
enjambre de ladrillos que aprisionan nuestras costas
españolas. Los movimientos asociativos han de tener también
su protagonismo. El fomento de la publicidad y la
comercialización, el control y la profesionalización, es
cuestión de todos. Por desgracia, la cultura rural se ha ido
perdiendo por la gran crisis del campo español, que aún
sigue en ese estado lamentable. Pienso que puede ser el
momento de estimular inversiones viables en pueblos que
prácticamente hoy están abandonados por el éxodo a las
grandes ciudades, propiciando negocios para una atmósfera
que es singular, a la que debemos seguir mimando en su
singularidad, pero sin perder el norte en cuanto a ofrecer
un ambiente diferencial para el descanso. Un medio bien
cuidado y mejor protegido es la mejor carta de presentación.
Creo que todavía faltan seductoras proposiciones para lograr
que las personas se interesen por este tipo de turismo
natural, para competir con otros de ciudad o costa, donde la
buena oferta gastronómica, un número de restaurantes
adecuados y la existencia de recursos naturales y patrimonio
histórico artístico, es superior al que suele ofrecer el
turismo rural. Perderse por entre los campos puede ser una
buena terapia para olvidarse de los garrotes que la vida nos
oprime a diario, puesto que la naturaleza –ya se sabe-
concede libertad hasta a los animales; pero para vivir ese
libro de los paradisíacos entornos, sin que sea un peñasco
su lectura, se precisan un atrayente hospedaje y un
atractivo servicio. Ya veremos si lo conseguimos. Tengo
esperanza, si consideramos lo anterior. La gente tiene
hambre de campo, los músculos engarrotados, la vista cansada
de no ver horizontes limpios, los oídos taponados por los
ruidos y el corazón destrozado por el estrés.
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