Cuando Adolfo Suárez
manejaba con buen pulso las riendas de la Transición y
España caminaba con paso firme hacia la democracia, muchos
españoles comenzaron a dejarse la barba. Barbudos que fueron
creciendo a medida que se vislumbraba el triunfo socialista
de 1982. Y a partir de ese momento, llevar barba se
convirtió en una moda como la de bailar sevillanas o
frecuentar el Rocío.
Estaba claro que la barba se había convertido en una marca
de calidad. Llenarse los carrillos de pelos constituía el
mejor aval para ser distinguido como hombre progresista. Y,
sobre todo, daba derecho a mirar por encima del hombre a
quienes se afeitaban todos los días.
Los barbudos modernos, pues los había de toda la vida,
conversaban casi siempre de lo mismo: de persecuciones
franquistas; de haber corrido mucho delante de los grises;
de haberse costeado la carrera con enormes sacrificios por
parte de sus padres; y sobre todo de que nacieron ya siendo
de izquierdas y unos progresistas de dos pares de cojones.
Cierto que había excepciones. Faltaría más.
Lo peor de los barbudos, sin duda, es que causaban una
impresión de desaliño enorme y se les veía a la legua que no
tenían costumbre de arreglarse la pelumbrera. Pero tampoco
parecían muy amigos de frecuentar la peluquería. En fin, que
muchos de ellos lo que hacían es mucho mal a quienes solían
lucir una barba cuidada con esmero y muy grata a la vista.
Yo recuerdo algunos tíos con unas barbazas feroces, miradas
tremebundas y embutidos en trencas, que levantaban el puño
con firmeza mientras decían que ya les había llegado a ellos
la hora de meter en cintura a España. Bramaban contra todo y
se las daban de hombres adelantados a su tiempo.
Muchos de los barbudos, la mayoría, procedían de familias de
derechas de toda la vida. Y creyeron que, embozándose el
rostro, darían el pego en una época donde convenía más
parecerse a Carrillo que a Fraga. Y ya no
digamos nada de quienes se dejaban la barba corrida,
imitando a Solana, y queriendo pasar por sesudos pensadores
y partidarios de libertades extremas.
Pues bien, me imagino que en aquel tiempo Gaspar
Llamazares sería un imberbe que ya estaría soñando con
entrar en la cofradía de los hombres cuyos rostros
revestidos de pelos le producían tanto bien. Con que en
cuanto pudo, es decir, nada más acabar la carrera de
medicina, se fue de prisa y corriendo a hacer un Master en
la tierra del jefe de los embozados: Fidel Castro. Y
él médico de familia regresó cantando las alabanzas de una
tierra donde la medicina está muy adelantada para evitar que
la gente no engorde.
La barba del Coordinador de Izquierda Unida y hombre afecto
al sindicato de Comisiones Obreras, es rala y grisea como
panza de burro. De ahí que uno crea que ahí radica su
tozudez en meterse con Ceuta en cuanto la ocasión lo
requiere. Y allá que ha vuelto a mentir por la barba: “Ceuta
es una pseudocolonia”. ¡Toma del Frasco, Carrasco!
Y pensar que en Ceuta, Mohamed Alí y Musa se
han puesto a disposición de un fulano que, además de odiar a
Ceuta, aboga por una España federal y es de los que ven en
la autodeterminación del País Vasco la mejor terapia para
acabar con el terrorismo. Arsa, pilili, ele la elección que
han hecho los dos políticos locales. No parece más que el
tal Llamazares se ha puesto de acuerdo con el PSOE para
hundir a la UDCE en la miseria. Porque Izquierda Unida en
Ceuta, nunca despegó los pies del suelo.
Lo siento, de veras, por Musa, que me cae la mar de bien.
Pero éste, con su edad y experiencia, debería ya saber que
hay barbas que no son de fiar. Y barbudos que mienten con
descaro.
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