Dentro del Homo Sapiens tal vez la
especie más somardona e irritante sea la de los llamados
“redentoristas compulsivos” cuyo objetivo vital es
redimirnos de nuestras culpas, pecados y malos rollos. Tipo
Ministra de Sanidad con sus ñoñas leyes antitabaco cuando,
por las fronteras y sin control nos entran enfermedades que
ya creíamos erradicadas. Pero el peligro no es un brote de
Ébola, sino que, los locales, se acondicionen con peceras
para fumadores y que, los carteles estén bien a la vista. El
redentorismo buenista tiene, como rasgo definitorio, ese
algo almibarado y empalagoso que considera prioritario el
que no se publiciten las hamburguesas Big Mac porque son
malas para el colesterol, mientras que, en España, nuestros
niños, después de años de erradicación, tienen que volver a
vacunarse del sarampión. Y a este paso se tendrá que vacunar
a la población de la viruela y del tifus. Pero ¡pelillos a
la mar! Aunque, en verdad, yo prefiero morirme con los
bronquios ahumados que desangrarme por cada poro de mi
escuálida anatomía por un virus tropical o que me contagien
la tuberculosis y echar los pulmones por la boca. Le
preguntaban a Manuel Fraga, Don Manuel, en una entrevista
que recuerdo, allá por 1979 que cual era el defecto que le
parecía más aborrecible en política y el gallego contestó
sin pestañear “la frivolidad”. Y nuestra política actual
tiene un mucho de frívola y una superficialidad hipócrita y
de alguna manera farisáica, todo en plan “talante y gesto”
dos extremos que no hacen puta falta cuando, en Alcorcón,
nuestros jóvenes, tienen que salir a reconquistar las
calles, hoy en manos de bandas latinas.
Pero preocupa “el botellón” no que, los adolescentes, tengan
que aparcar los grandes valores buenistas que se les han
venido inculcando machaconamente “solidaridad, caridad,
tolerancia” tan bellos, tan primorosos…Y cambiarlos, ante el
impacto de la violencia extrema que nos viene de
importación, por conductas para las que no estaban ni están
preparados y rescatar del baúl de los recuerdos términos
extraños y absolutamente obsoletos como son “valor”
“hombría” “dignidad” “patriotismo” u “honor” ¡Que palabras
tan estrafalarias! Eso sí, los redentoristas compulsivos no
parecen considerar que, los jóvenes españoles, quitando el
botellón y la ruta bakaladera, sean excesivamente dignos de
redimir. Si un caso se les da mil euros si acumulan masters
e idiomas y un agujero de treinta metros y que no se quejen,
joder, tampoco van a querer que les regalemos un pisito como
el del Principito ¡pedazo de agoniosos! Y si salen a las
calles, a tratar de recuperarlas y que no manden en ellas
los delincuentes, se les manda a la policía para que les
majen a palos y les dispersen. ¿Y quien será el redentorista
que prometa reformar de raíz lo relativo a la legítima
defensa, ampliar el concepto a la americana o a la belga y
encima abrir la mano para las licencias de arma corta para
que, las criaturas, se puedan defender de lo que han
permitido que se nos venga encima? Porque se han rifado unas
elecciones y el político que nos redima del miedo, de la
inseguridad, del mileurismo, de los treinta metros y de las
enfermedades importadas, con cuarentenas obligatorias, ese
tiene compradas todas las papeletas.
De hecho, si nos redimen de la dura realidad, de los
tiburones inmobiliarios, de la usura bancaria, de la moral
de la moralina y de la grimosa demagogia de la progresía
caviar, nos dejamos redimir encantados. Y si se enseña a
nuestros niños a decir honor, Patria, lealtad, valor,
dignidad, hombría, roja y gualda y testiculina. Entonces
haremos cola, como en la Seguridad Social, para aspirar a la
redención.
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