Asisto a una tertulia donde a los
contertulios habituales, se nos unen a veces transeúntes
conocidos que arriban a la ciudad para estar varios días y
también ceutíes llegados de afuera por la misma causa. Casi
todos ellos, y gracias a Internet, están enterados de lo que
sucede en Ceuta y cuando vienen muestran un interés
desmedido por conocer más de la vida de una ciudad que
siguen en la distancia con enorme interés.
En principio, casi todos coinciden en que la ciudad se ha
ido remozando, sin prisas pero sin pausas, y presenta un
aspecto inmejorable. Y siempre terminan con la clásica
frase: vosotros, por vivirla diariamente, apenas si notáis
los grandes cambios que se han operado en ella. Y rematan su
intervención con la lisonja de quienes tienen aún el cordón
umbilical que les une a la Andaluza niñería, bautizada así
por el poeta: “¡Ceuta está preciosa!”.
Sería absurdo negar que tras semejante aclaración no sale a
relucir el presidente de la Ciudad. Es el momento en que el
nombre de Juan Vivas es manejado por los contertulios. Si
bien existe, todo hay que decirlo, cierto recelo a opinar
libremente acerca de la primera autoridad municipal.
Es un detalle que a mí nunca se me pasa por alto y al cual
respondo con la libertad que suelo concederme cuando
frecuento un lugar a donde acuden personas merecedoras de
respeto y consideración. En una palabra: confío en que todas
esas personas sepan que la tertulia está para disfrutar de
un rato de ocio y, sobre todo, para intercambiar pareceres.
De manera que esa interacción repercuta favorablemente en
quienes participamos de la charla.
Por lo tanto, cuando, como digo, el nombre de Vivas sale a
la palestra, yo me suelto la melena y me importa un bledo lo
que piensen los demás acerca de mis pareceres en relación
con el presidente más votado que ha tenido esta ciudad.
Sé, a pesar de mi confianza en los contertulios, que alguno
podría tergiversar mis exposiciones y presentarlas como
pruebas evidentes de que me suelo salir de madre cuando
hablar de Vivas se trata. O a la inversa: ir largando por
ahí que estoy dispuesto siempre a destacar la gestión de
quien a medida que pasa el tiempo va ganando en experiencia
y obteniendo detractores y enemigos acérrimos.
Pero, antes de continuar perdiéndome en lo secundario,
vuelvo a los contertulios por un día que suelen preguntar
cuál es la causa por la que los ciudadanos tienen a JV en
tan alta estima. Y es ahí cuando yo suelo responder lo
siguiente: porque es el mejor presidente que podemos votar y
quien mejor representa los valores de una ciudad que, si
estuviera presidida por un exaltado, sería peligrosa.
Como en esta vida todo se sabe, por más que se trate de
ocultar, tras mi respuesta llega casi siempre la misma
pregunta: hubo un tiempo en que Juan Vivas y tú os llevabais
a matar, ¿verdad?
Sí; llevas razón. Todo comenzó porque JV cometió un error de
bulto: creerse que yo sería ave de paso por esta tierra y
nunca pensó que fuera verdad mi deseo de afincarme en ella.
Y, claro, semejante pensamiento lo indujo a cometer un
desliz que a mí me puso al borde del disparate.
Años después, aquel buen funcionario quiso enmendar su yerro
y optó por darme la oportunidad de poner mis conocimientos
al servicio del fútbol local. Mas surgieron los
sinvergüenzas que pululaban alrededor de una primera
autoridad carente de mando. Y obligaron a que Vivas rompiera
las relaciones conmigo. Lo cual me hizo pedir mi cese en el
IMD.
Pues bien, aun así, nunca he dejado de pensar que Vivas es
el mejor presidente y, desde luego, que volverá a ganar las
elecciones. Y de ahí no hay quien me saque. ¿Pasa algo?...
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