Ayer Ceuta era un espacio grande.
En sus calles y barrios cabía la celebración de la Hégida
(El Hijra 1428 de la salida de Mahoma de la Meca a la
sagrada ciudad de Medina en Arabia Saudí) para los más de
treinta y cinco mil musulmanes que, junto con cristianos,
judíos e indios -las llamadas cuatro culturas-, habitan esta
urbe polimórfica, capaz (hasta ahora) de compartir los
espacios sin sucumbir al fanatismo del recelo por el
contrario.
El periplo lunar adscrito a esta religión, gira con su ritmo
vital en paralelo al juliano (lunar y solar al mismo
tiempo), mientras sus gentes participan de los mismos
espacios. Cabe esperar cada vez mejor relación entre todos,
no el distanciamiento. Incluso sumar a quienes, en su justo
definir de la vida, ni siquiera se encuentran entre la
paleta de colores monoteísta.
Este año, en este sentido, ha resultado singular. La Navidad
y la Fiesta del Cordero (El Kebir) se han juntado en el
espacio temporal para arrimar ambos calendarios: el
cristiano y el musulmán, acabando ayer con lo que sólo
significa principio, el nuevo año.
Las promesas particulares para salir de los ‘atolladeros’ de
la vida, se asemejan, porque la humanidad no está dividida
en castas si se concibe a las personas como seres humanos.
Buenos deseos, los de ayer, que son papel de calco de los
que hacíamos hace veintidós días tras las uvas de la suerte
para una convivencia real y pacífica, sin atributos
coloniales ni irredentas miradas historicistas por encima de
hombro.
Bienvenido el saludo del nuevo año islámico, como si todos
los días del año que acabamos de estrenar tuviesen una
buenaventura para hacerlo andar a través no sólo de cuatro,
de todas las culturas que permiten a los seres humanos vivir
en convivencia y saber, asumir y comprender que ni están
solos ni lo suyo es lo único ni lo mejor. La suma hace
grande a la humanidad, sólo restan los necios con la fiebre
de esa ceguera que no les deja razonar. Feliz año nuevo para
TODOS.
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