Lo de las dos Españas enfrentadas
vuelve a surgir con toda su crudeza, incitadas por una banda
terrorista, capaz de jugar a su antojo con ambas partes. Y
mientras ello sucede, la llamada tercera España, la formada
por los moderados, siente que los extremistas pueden
conducirnos a otra debacle.
Pero no es sólo el terrorismo lo que más preocupa a los
ciudadanos, con ser de tanta gravedad, sino que a ello
también se suma la corrupción como un hecho capaz de hacer
que la gente confunda la actividad política con esa otra de
patio de Monipodio, donde llevaban la voz cantante ladrones
y rufianes.
Corrupciones ha habido siempre, como pobres y ricos, pero no
cabe la menor duda de que en todos los tiempos los corruptos
han hecho mucho daño y han generado decadencia en todos los
sentidos. Es lo que viene sucediendo desde que se destapó lo
de Marbella: ese gran centro de ladrones que operaba bajo la
batuta de Jesús Gil convertido en un padrino que
extendió sus dominios a Ceuta y Melilla.
Lo ocurrido en la llamada capital de la Costa del Sol, ha
conseguido que la gente haya perdido el respeto por los
ayuntamientos. Que sospeche de sus concejales y que tenga
tragado que todo alcalde, antes o después, tentado por la
fiebre del euro, hará posible que las licencias de urbanismo
se concedan a quienes pasen por caja. Aunque a cambio haya
que hacer caso omiso a lo reflejado en el Plan General de
Urbanismo.
La detención del alcalde de Alhaurín el Grande, Juan
Martín Serón, y Gregorio Guerra, concejal de urbanismo,
ambos pertenecientes al Partido Popular, ha evidenciado que
la corrupción, o el indicio de ella, es peligrosa en extremo
y al margen de otros muchos daños, causa el de la división
entre españoles que muy pronto suelen alinearse en bandos
carentes de moderación y gritan sus consignas como si fueran
dogmas.
Del alcalde de Alhaurín el Grande, cuando fue detenido el
jueves pasado, me sorprendieron sus gritos mientras caminaba
junto a sus guardianes: “No van a por mí, van a por el PP”.
Y luego, a voz en cuello otra vez, le echó las culpas a
Zapatero y a sus deseos de convertir España en una pseudo
república. Esas acusaciones, aireadas ante muchísimas
personas congregadas en el lugar de los hechos, eran
endemoniadas. Peligrosas y nunca dignas de un señor
licenciado en no sé qué y a quien se le supone que como
alcalde ha de saber conservar la calma en situaciones
extremas. Y mucho más si él está seguro de que no ha
infringido las leyes y, mucho menos, se ha llevado a su casa
la pasta metida en sacos.
Tampoco han sido muy acertadas las declaraciones hechas
desde Génova. Dicen los populares que están sorprendidos
porque las detenciones del alcalde y el concejal se hayan
producido justo después de la comida-mitin celebrada en el
municipio malagueño, y presidida por Mariano Rajoy.
Hombre, peor hubiera sido, digo yo, que los policías
judiciales hubiesen interrumpido el acto para detener a los
dos políticos ante las barbas del presidente del PP y jefe
de la oposición. Lo que sí es verdad que tales
manifestaciones no hacen más que, al igual que con las
referentes al terrorismo, ahondar en las heridas de esas dos
Españas fanáticas y que los moderados vuelven a ver en
estado de auge.
Las elecciones municipales y autonómicas están a la vuelta
de la esquina. Los políticos han empezado a despellejarse.
Los fanáticos, incluso los ilustrados, piden que se luche a
hocico de perro rabioso. Un error.
Juan Vivas, en el ‘caso Piniers’, debe conservar la
calma. La que proporciona el sentirse libre de culpas. Y que
actúe la justicia.
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