Cuando nos damos cuenta de la
acumulación de grasas que tenemos en el organismo,
principalmente llegada cierta edad en que hace falta de vez
en cuando someterse a un chequeo y, de antemano, hemos
eliminado de nuestra dieta el alcohol, productos grasos,
glucosas, féculas, en fin, cualquier cosa que no se parezca
en nada a las frutas, verduras y otros productos por el
estilo, a pesar de todo lo cual seguimos con nuestro exceso
de kilos, es llegado el momento de que por nuestro médico de
cabecera lo primero que se nos recomiende sea el perder peso
y, de seguido, el andar todos los días cuando menos una
hora.
A la vista de la recomendación, rápidamente nos buscamos
datos sobre dietistas, esos que aseguran se pueden perder
mas de tres kilos a la semana, que garantizan un
adelgazamiento totalmente personalizado, que eliminan el
sobrepeso con dietas milagro, que según las patologías,
desequilibrios y trastornos físicos de los obesos, después
de un concienzudo estudio y sometimiento a un test de
alimentos, prometen un esbelto cuerpo, corpulento, que no
obeso, a través de la mejora de la dieta. Y claro uno no
tiene por menos que acudir a consulta y allí te examinan
detenidamente.
Te practican una analítica de sangre y orina y, a la vista
de que no se detectan anomalías en su resultado, te aplican
el primer tratamiento: un severo régimen de comidas a base
de guisantes, judías verdes, leche desnatada, dos
rebanaditas de pan al día, un huevo duro a la semana, muchas
ensaladas, nada de azúcar, algo de queso fresco, pollo y
pescado blanco (a la plancha), o sea, un completo martirio
para quien, de vez en cuando, se encargaba de engullir su
buen cocido (con la “pringá” incluida), su buena paella de
mariscos y otras exquisiteces que por “mor de no querer
herir susceptibilidades”, no mencionamos. Todo para que
después de pasado un mes de tratamiento se pierdan 12
gramos…
A la vista de ello, no sabemos si hacer caso a la teoría de
un amigo, obeso él, que nos comentaba cuan delicado estuvo
como consecuencia de padecer una peritonitis con
complicaciones hemorrágicas post-operatorias, lo que le
produjo un adelgazamiento de cuarenta kilos en veinte días.
Gracias a Dios, nos contaba, “que pesaba ciento veinte, que
si hubiera tenido setenta estaría hoy acompañando a mis
fieles difuntos”.
Es fácil, pues, deducir de todo ello que debido a quedarse
con ochenta kilos, las “reservas acumuladas”, según él, le
valieron para poder salir de tan precario atolladero y
conseguir el alta médica sin secuelas de ningún tipo.
De todas formas, dejando a un lado la anécdota referida y
recordando aquella antigua moraleja anónima, de que: “quien
bien come, bien duerme y quien bien duerme piensa bien;
quien piensa bien, bien trabaja y quien trabaja bien, debe
comer bien”, nos paramos a comparar: ¿es mejor la dieta de
adelgazamiento?
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