“¡Arf, arf, arf ¡ Soy un maníaco…
Te estoy vigilando…” Pese a los jadeos y susurros reconozco
la voz “Usted no es un maníaco, sino el pelmazo rompecojones
de Ceuta así que no trate de asustarme, a ver ¿Qué quiere?”
El tipo se nota molesto “ Usted dijo que salía en Antena 3
Fernández Reyes, el patriarca y no ha salido ¡Mamona!” Le
debo una explicación “Disculpe, pero ha habido cambios de
última hora y le van a hacer, al parecer, la semana que
viene una Máquina de la Verdad” El basilisco de Ceuta es
“muy” incorrecto “Pues a ver si se electrocuta con los
cables, va a ayudarle usted y también se queda pegada” Paso
de sus deseos “Vale, vale, la mandaré una estampa de Nuestro
Padre Jesús Cautivo para sus devociones”. Ni así se aplaca y
hay en el golpe de su teléfono al colgar, auténtica
animadversión. Este basilisco es mi diente podrío, gajes de
un oficio que me va a otorgar un Master en recibir mensajes
y fulminaciones de depravados, degenerados y un amplio
espectro de psicóticos.
Aunque, todos los gajes de mis oficios no consisten en ser
objeto de amenazas libidinosas, sino que, dentro de las
vivencias cotidianas existen momentos tan enriquecedores que
constituye un privilegio el vivirlos. Ayer, por ejemplo,
tuve un juicio donde el imputado es compadre mío ya que yo
le he echado las aguas a su único hijo. ¿Qué si era tema de
drogas? No, un tema de atracos y como mi compadre ha tenido
un pasado algo azaroso y ha hecho diecisiete años de
prisión, para mí que le tienen manía y por las prisas,
incurren en la investigación en nulidades de actuaciones de
lo más socorridas. Antes de la vista, la visita de rigor a
los mugrientos calabozos de la Audiencia, donde no se puede
fumar, pero se fuma tras los barrotes y hay una especie de
entente cordial entre los policías, que son almas de Dios y
los presos que, pese a que hayan hecho alguna diablura,
también son hijos de Dios. Me apalanqué a la vera de la reja
para compartir con mi compadre un Chester sin filtro (se lo
quito por sentirme legionaria y porque el tabaco sabe más
fragante). Le repetí la exigencia de la presencia de letrado
desde el comienzo de la investigación cuando la persona está
detenida, para garantizar sus derechos y que no se produzca
indefensión, luego chismorreamos un poco de conocidos
comunes y a todo esto los otros detenidos haciendo corrillo
para enterarse porque, las criaturas, pasan allí muchas
horas y se aburren mucho y se desesperan. Al despedirme
rebusqué en mi cartera y le tendí una estampa del Cautivo
“Toma compadre, este es el que te va a ayudar” Me iba pero
otro detenido me llamó “¡Señora, señora! ¿Tendría otra para
mí? Es que soy devoto” Regresé en silencio y saqué un puñado
de estampas, de esas que llevo siempre para tratar de dar
una brizna de consuelo a los que, me consta, que lo están
pasando de puta pena y a los que, nuestras creencias,
definirían como “afligidos”. Le alargué a Nuestro Padre y
los otros hombres tendieron las manos en silencio, fui
repartiendo mi pequeña carga de esperanza, a un Jesús
también esposado con las manos adelante y también, sin duda
alguna, asustado y angustiado, igualito que ellos. Los
presos besaban la estampa y, en esos momentos, en el húmedo
sótano de la Audiencia donde están los hediondos calabozos,
sentí eso que se llama “La comunión de los santos” que
consiste en mucha gente rezando a la vez al mismo Padre, o
supongo yo que, nuestra fe común en el Cautivo nos aunaba y
hacía de comunión, aunque nadie seguramente allí abajo fuera
santo. Joder, lo recuerdo y me emociono, porque, les juro
que,en cada sonrisa de gratitud de los detenidos, de verdad,
se lo juro a ustedes, en cada sonrisa me parecía ver la
sonrisa de Dios.
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