Incluso a los menos proclives a
los concursos televisivos; a que las personas midan sus
habilidades las unas por encima de las otras; a quienes, en
definitiva, les concita la duda la competición, no pueden
por menos, sin son ceutíes (de nacimiento o de convivencia),
que sentirse satisfechos por un hecho fundamental: la ciudad
ocupó parte de la atención mediática por una amable y
cantarina rubia nativa, Nazaret, quien demostró -fuera de
toda duda- que era la elegida del público en toda España (a
los puntos hay que remitirse) al menos en la fase que acaba
de finalizar.
No eran los presuntos peligrosos barrios de la ciudad,
vilipendiados como germen del terrorismo por plumillas y
dicharacheros de teles nacionales y de medio pelo; ni la
impotencia de ser fronteriza y tener que asumir el intento
de supervivencia de la miseria africana colmando sus
infraestructuras; ni crímenes procelosos; ni toneladas de
ungüentos con las que conspirar las mafias. Ceuta, ese día,
era el escaparate de una juventud que lucha y avanza para
compartir futuro; una ciudad con luz que salía de los ojos
de Nazaret, y un sonido que sobrepasó las pantallas.
Quizás sea bueno reflexionar sobre los hechos, a la par que
alegrarse de que esta excelsa moza de tan exquisito trinar
represente al paisanaje caballa; mirar nuestro rededor y
cambiar los colores calderorianos para vernos mejor. Parece,
ahora, oportunista la proclama; pero... cuántas veces en los
rincones de las barras de los bares y de mentideros varios,
no hemos añorado que Ceuta planée por lo mediático mostrando
sus gentilezas.
Enhorabuena a una Nazaret a la que aún le queda un
complicado camino; especialmente porque gracias a ella
fuimos portada risueña y nuevamente amable
(etimológicamente, que se puede amar) un día de 2007;
esperemos que esto sólo sea la apertura del camino que
Machado dejaba abierto al quehacer y al andar.
Buena suerte para darnos buena suerte, y conseguir que el
caleidoscopio de esta sociedad brille más allá de sus
sombras.
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