Desde que el presiente del
Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, reconoció su error
de aquel fatídico día de diciembre y hasta que Gaspar
Llamazares apareció en escena, me mantuve atento a la
pantalla del televisor. Estuve, pues, varias horas
asistiendo a un bochornoso espectáculo en el Congreso de los
Diputados. Del cual han salido ganando los etarras y los
nacionalistas del PP y CIU. Y, desde luego, conviene
destacar que el portavoz de ERC, Agustí Cerdá,
disparó a bocajarro contra la derecha española y nos
presentó a Mariano Rajoy como un tipo que
produce miedo.
Coronó su discurso, el enviado de Carod-Rovira,
con un tiro de gracia: “A veces los extremos se tocan, y no
quiere decir, ni mucho menos, que ETA y el PP sean iguales.
Pero tanto ETA como ustedes comparten aquello de ‘cuanto
peor, mejor’. Hoy, señor Rajoy, no era el día indicado para
el inicio de la campaña electoral”. No cabe la menor duda de
que los independentistas catalanes se la tienen jurada al PP
y si pudieran hacían picadillo con sus dirigentes.
Antes, mucho antes de que los partidos nacionalistas
intervinieran, Rodríguez Zapatero había subido a la tribuna
de oradores hecho un flan y, desde luego, con un objetivo
primordial: demostrar que él sí sabe reconocer sus errores.
A fin de ganarse la voluntad de un pueblo siempre sensible a
que alguien, y mucho más si es un presidente de Gobierno,
diga mea culpa. Y, sobre todo, trataba de dar la imagen de
un dirigente abrumado por la maldad de los etarras y de un
comportamiento hostil del partido de la oposición.
Mientras disertaba el presidente del Gobierno, con verbo
pobre y una alarmante discordancia en su decir. Donde el
sujeto y el verbo de sus oraciones no armonizaban, ni
tampoco los sustantivos encontraban el buen casamiento que
han de tener con artículos y adjetivos, uno observaba las
imágenes que nos daban del jefe de la oposición y lo veía
envalentonado y más despierto que nunca.
Tal vez porque sus permanentes vigilantes, Acebes y
Zaplana, se habían preocupado de que su jefe comiera
lo recomendable en tales ocasiones: el clásico consomé y la
tortilla a la francesa. Puesto que es harto conocido que si
Rajoy papea a discreción está perdido. Y en cuanto se puso
delante del atril se convirtió en un tipo descarnado,
implacable, y dispuesto a golpear a su rival hasta mandarlo
a la UCI. Se le notaba a MR, una vez más, el mucho desprecio
que siente por la forma de ser de ZP. Se le ha ido
atragantando éste de manera que en cuanto lo tiene delante
le sirve de incitación para convertirse en un tipo cuya
mirada produce miedo. No ese miedo al que hizo alusión el
portavoz de ERC, sino el de alguien que no está dispuesto a
concederle la menor oportunidad al adversario aunque él
también se descalabre en el empeño.
Porque, al margen de la política antiterrorista, a la que se
ha agarrado el PP como tabla de salvación para echar a ZP de
La Moncloa, lo que Rajoy siente es aversión hacia alguien
que considera inferior, intelectualmente, y sin embargo le
birló la victoria cuando todo parecía indicar que él ganaría
las elecciones. MR, que seguramente habrá leído la
importancia de llamarse Ernesto, sabe lo que Oscar
Wilde ponía en boca de su personaje: “Detesto las
discusiones de cualquier tipo. Siempre resultan vulgares y a
menudo convincentes”. De ahí la necesidad de debatir
haciendo uso y abuso de la calidad oratoria para defender
las ideas.
Zapatero trataba de decirnos que su Gobierno está hoy en una
tenaza: los terroristas y los populares. Y que los ataques
de uno y otro bando son muy violentos, según el modo de cada
cual. Y ha decidido salir de la tenaza sin romperla. Mas ni
muestra serenidad ni tampoco sabe explicarse.
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