La fiebre de la sumisión, en parte
generada por el virus del miedo, viene pegando fuerte. Me
parece que no es bueno que aumenten las actitudes de
cobardía en un mundo donde proliferan los ríos de violencia
y los mares del fanatismo.
Nadie puede decidir, actuando como domadores de nuestros
propios pensamientos, sobre lo que es bueno o malo por mucha
potestad que se tenga.
A veces, nuestra generosidad debe de tener un límite. Uno,
por ejemplo, no puede acatar una cultura que le borra como
persona o que no lo tiene en cuenta a la hora de distribuir
la renta más equitativamente.
En más de una ocasión, tal y como se encuentra la atmósfera
de envenenada, cuesta entender algunos tipos de
subordinación, que convierten al ser humano en un verdadero
muñeco.
La sociedad cada día se siente menos segura y más
encarcelada. Por desgracia, la corrupción está a la orden
del día y la relación, entre gobernantes y gobernados, raya
el menosprecio en demasiados momentos.
Nos hace falta lo que siempre se dice, un buen ambiente
educativo que ayude a compartir constructivamente la vida
con quienes piensan de otra manera, sin que el bien común se
ponga en entredicho y sin que la libertad de la persona
decrezca.
A la corrupción siempre le va a interesar la persona sumisa
y potenciará este tipo de actitudes. Por ello, sería
positivo afianzar el paso de sociedades oscuras a sociedades
transparentes, de sociedades verticales a sociedades
horizontales, de sociedades unidireccionales a sociedades
participativas.
En España tenemos el precedente de la incivil guerra.
Aquellos niños de aquel tiempo captaron a través de sus
lápices la realidad que les rodeaba: el abandono del hogar,
el tren donde fueron trasladados, los bombardeos...
La soledad en la que algunos niños se vieron envueltos ha
sido una losa para toda su vida. Fue tan fuerte el miedo y
el dolor, que la dominación y sumisión se convirtió en un
camino allanado. Para evitar que se vuelvan a repetir estos
bochornosos hechos, sólo un pensamiento libre puede poner
dique a eso.
El ejercicio de la libertad debería ser un ejercicio a
practicar en todos los centros de enseñanza. En estos
tiempos que vivimos sufrimos muchas prisiones y pocas
liberaciones. Todavía nos educan para ser personas dóciles,
en vez de personas de pensamiento.
A diario ponemos en marcha el espíritu de la sumisión. La
pareja maltratada por miedo al maltratador. El obrero
reverente por miedo a la represalia laboral…
Los miedos cotidianos empiezan a agobiarnos tanto como las
hipotecas y, en parte, porque existe un hábitat favorable,
donde todo vale y todo es posible.
Ante gobiernos que quieren gobernarnos, por mucho que luego
se les llene la boca de demócratas, pensar por nosotros,
educar a nuestros propios hijos, imponernos un orden
jerárquico social, aunque más de uno tenga en mente que para
combatir la pobreza hay que desterrar a los pobres a
polígonos marginales, urge provocar una renovada libertad
que despierte a las conciencias hacia un mundo más
solidario.
Al día de hoy no existe ya una filosofía de vida, sino
solamente una filosofía de intereses. Te quiero porque me
interesas quererte.
Bajo estos aires de adiestramiento, donde la sumisión es
bandera, unas veces para trepar poder y otras por miedo,
tenemos el deber de protestar para que la libertad sea tan
real como efectiva. ¿Cuántas veces la persona no se siente
segura al ver que libertades como las ideológicas,
religiosas o de culto, de residencia y circulación, de
expresión, de enseñanza, de sindicación, de empresa... para
nada son tenidas en cuenta?
Aun sigue siendo cierto aquello, de poderoso caballero es
don dinero o pesa mucho el apellido. Esa es la pura verdad
frente a la impura mentira de alianzas solidarias que no
son; porque, para empezar, no cuentan con los que viven en
las cavernas.
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