Mi admirado amigo Fernando Díaz
Plaja que, en su exitoso libro “El español y los siete
pecados capitales” me hizo descubrir una idiosincrasia
hispana que yo, desde el Rif, desconocía, hablaba de la
envidia como uno de los pecados más representativos de
nuestra raza. Contaba Díaz Plaja que, cuando presentaba
alguna obra que se postulaba como best seller, hacía correr
la voz de que padecía un cáncer, para que, los otros
escritores, le tuvieran menos tirria. Y es verdad. Las
evidencias cantan y el marujerío ibérico y los tertulianos
de la casquería del corazón, se hacen lenguas de “El polaco
de la Obregón”. ¡Y que pedazo de polaco, señoras!. El pasado
sábado, en Dolce Vita de tele 5, las periodistas se ponían
las gafas ante un vídeo del macizo haciendo un “estristí” y
las mujeres del público se alborotaban ante esos pectorales
de tableta de chocolate y ese body casi mitológico, que se
veía sano de anabolizantes y de porquerías de engorde de
masa muscular. El tío está bueno porque lo está y porque, el
buen Dios, le ha premiado con el don de la galanura y de
estar de toma pan y moja.
¿Escándalo el que, una cincuentona como Ana Obregón a la
que, los tabloides ingleses llamaban cruelmente “Barbie
geriátrica”, se haya ligado a un cachas de veintiséis años
que está tremendo? De eso nada, es envidia pura y dura. Los
periodistas varones envidian el torso tallado por un
escultor clásico, las señoras el total de rubiales,
ojiazules, sonrisa hollywoodiense y corpachón de Macistes y
todo en exclusiva para la peliteñida Obregón. Por eso
reprochan al polaco el que se haya ganado el sustento
enseñando la minga ¿Y que? De hecho en mi barrio había un
muchacho, hijo de una vecina, más flojo que un muelle de
guita, al que la madre apuntó a un gimnasio y, como era
guapote y jovencito, le captaron para enseñarle un par de
coreografías y emplearle de “boy” que es como se dice en el
Palo. ¿Qué como se llamaba? Se llamaba y se llama Falele y
la madre se quiso meter en un crédito para comprarle un
traje de bombero para el streptease, pero era un precio
prohibitivo y se tuvieron que conformar con que, una
modista, le hiciera una bata de médico que se despegaba con
belcro, se pilló un fonendoscopio y se hacía llamar “Doctor
Ralph”. La madre era la presidenta del exiguo club de fans
del artista del destape y ella y algunas vecinas le seguían
en las actuaciones para jalearle y hacerle la clá. ¿Qué si
el Doctor Ralph despertaba envidias? Al principio sí, porque
siendo boy ganaba buenos cuartos, pero se le fue la olla con
las inyecciones esas que vienen de China y son para engordar
al ganado y se fue poniendo caricaturesco el pobre
muchacho,como el primo de Zumosol, amén de fatal de los
nervios y desapareció de la barriada, la madre repite que es
una estrella de despedidas de solteras en Barcelona, pero no
sé, no sé…
Ni sé como acabará la aventura erótico festiva de Ana con el
jovencito. Las envidiosas sueltan hiel “Y tu te crees que si
la Ana Obregón, en vez de famosísima y riquísima fuera la
que pone los tintes en la peluquería del barrio, se iba el
pedazo de polaco a pirrar por sus paticas de jilguero?” Pues
no, todos sabemos que no, porque en las parejas desiguales
el entorno, los dineros y el glamour son afrodisíacos. El
lujo es muy erotizante, sobre todo para los tiesos.
¿Qué estoy en plan rijoso con tanto halago al musculitos
polaco?. No, estoy en plan marujil y disfrutando sanamente
con el chisme, en plan guasón, que no envidioso .Como medio
panorama nacional que está saturado de políticos feos y
engolados, que son el antídoto de la lujuria. Y no se
extrañen que, en cualquier mitin de cualquiera, el mujerío
no se líe a abuchear al grito de “¡Lárgate cascajo y que
salga el polaco de la Obregón!”.
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