La semana comenzó sometida al
interés despertado por la presencia de Juan Vivas en
la Tercera Conferencia de Presidentes Autonómicos en el
Senado. A quien me fue imposible ver durante su
intervención, si acaso fue televisada. Eso sí, me he
empapado de todo lo acaecido en Madrid, gracias a la
excelente información recibida por Juan Antonio Gallego:
periodista que, según tengo entendido, estará pronto entre
nosotros para reforzar este medio. En ese afán del editor
por conseguir que El Pueblo de Ceuta se distinga por
estar bien escrito.
Es una idea de la cual me congratulo. Una propuesta crucial
y que nos obliga a todos cuanto hacemos posible que este
medio salga a la calle, a ser más escrupulosos con nuestro
trabajo. De manera que hoy viene que ni pintiparada, como
respuesta a tan feliz decisión, las palabras dichas por
Gabriel García Márquez respecto al periodismo:
“Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir
sólo para eso podría persistir en un oficio tan
incompresible y voraz, cuya obra se acaba después de cada
noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un
instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor
que nunca en el minuto siguiente”.
En realidad, resumir tales palabras del maestro, que fue
periodista antes que escritor grandioso, resulta de una
sencillez pasmosa: con escribir ilusión no hace falta decir
nada más. Ilusión a raudales, cada día, por acometer un
trabajo que exige esfuerzos y sacrificios que, seguramente,
no encuentran en muchos casos la compensación económica
adecuada a los deseos de quienes un día decidieron ser
periodistas.
Mas esa situación, en todo momento digna de ser tenida en
cuenta, debe ser superada por un motivo fundamental: deseos
de aprender lo que la Universidad no es capaz de enseñar: el
oficio. Y para tal menester es indispensable no sólo estar
muchas horas en la redacción y ofrecerse a tocar todos los
géneros periodísticos, incluso haciendo uso y abuso del
atrevimiento, sino que también es imprescindible buscarse el
tiempo necesario para leer. Leer hasta la saciedad. Hasta
quemarse las pestañas en el fuego que emana de la prosa de
los mejores.
Es la única forma de no estar toda la vida desempeñando la
misma función; es decir, elaborando una información carente
de ese arte que, por más que la noticia tenga sus reglas
inviolables, cuando está bien dispuesta admite que el
informador se luzca. Quienes trabajan la información,
además, han de aspirar en todo momento a destacar en la
crónica, en el reportaje, en la entrevista y, desde luego,
en la opinión.
De no ser así, a mí, que no soy licenciado en este menester
y que detesto considerarme periodista, aunque podría por
escribir en periódicos, me hubiera costado lo indecible
haberme dedicado a ello desde hace ya más de tres lustros.
Vaya por delante mi respeto por todos los que pasan muchas
horas en redacciones y soportando las inconveniencias de
muchos habitáculos carentes de condiciones. Lo cual he
sufrido yo durante muchísimos años. Mas nunca me arredré
ante circunstancias tan negativas y desoladoras. (Perdón por
hablar de mí). Mas bien me crecía en el castigo y andaba
siempre dispuesto a soñar con que mi trabajo tuviera
repercusión al día siguiente.
Recuerdo que en otros periódicos me pasaba los días, los
meses y los años trabajando horas y horas ensimismado en
ganarle la partida a todos los compañeros. Deseoso de
escribir de cuanto estuviera olvidado en el baúl de los
recuerdos. De mis paseos por la ciudad; de la vida interior
del Ayuntamiento; de los plenos... Y, desde luego, a las
entrevistas trataba de darle un toque distinto. Ojalá que el
deseo del editor encuentre la justa respuesta cuanto antes.
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