Quizás sería bueno un poco de serenidad; atisbar soluciones
en vez de alimentar los conflictos y colegir que en el
arrebato y la palabrería malsana sólo existe el camino del
enfrentamiento. Ésto, veraz para cualesquiera de las
relaciones, debería convertirse en exigencia para aquellos
que, por mor de la decisión popular, votaron en las urnas a
sus representantes pensando que ellos, los de los gritos,
dedicarían tiempo y esfuerzo para resolver problemas y
dotarles -poco a poco- de mejor calidad de vida. Claro que
se van dando cuenta que, al contario de las ilusiones,
caminan las razones del mundo de la política, y terminan
como Tenorio con el “¡cuán gritas esos malditos!” murmurado
al ver una y otra vez tanto rifi rafe espurio al que tienen
acostumbrado.
Los mandatarios autonómicos se reunían por tercera vez para
tratar de aquellas cosas que son más cercanas, y que la
distancia, algunas veces, enturbia y hace adormecer en el
desván donde van a parar las promesas electorales; allí, del
mismo lugar que las sacarán para la siguiente ‘contienda’
por los votos si no se consigue exigir que vuelvan con
soluciones determinantes. La reunión se convirtió en un
‘corral de gallinas’ donde la tensión -según dicen algunos
‘plumillas’ que estaban en el entorno- se mascaba por los
pasillos de la Cámara Alta; una tensión que, simplemente, lo
que consigue es compungir más y más a la sociedad, y lo
único que aporta es malestar al ver la falta de deferencia
hacia la sensatez y con la ciudadanía que ostentan los
contendientes.
Lo más curiosos es que el motivo esgrimido sea la propia
violencia. Capaces de batallar hasta el insulto, no ven el
escaso favor que hacen al colectivo, al contrario de los que
ejercitaron la mentada violencia que miran con guasa la
‘tangana’ que se ha montado. Mientras tanto: los ciudadanos
de a pie con un palmo de narices viendo -una vez más- como
lo que era para hacer mejor el vivir se devuelve al desván.
“El hombre es el ser más distante a sí mismo” decía
Nietzsche; parafraseando al filósofo alemán se puede colegir
que el político (cuyo nombre deviene a la postre de la
ciudad) es lo más lejano al ciudadano. Metidos en su coraza
-hasta tal punto lo es que se consideran ‘clase política’-
dan por tan buena su batalla dialéctica que se olvidan de
sus ‘representados’.
Iban a tratar del peliagudo tema del agua, donde los ceutíes
se encuentran ante la diatriba de no encontrarse con nada, o
lo que es lo mismo: carecer de infraestructuras para
asegurar un futuro tranquilo con el ‘líquido elemento’. No
digamos ya sobre la inmigración, tema precisamente caliente
en una ciudad fronteriza, que tiene que soportar sus costes
económicos y sociales (en un tiempo donde el mal llamado
conflicto oriente-occidente, se alimenta desde otros lugares
por lo indiscutibles dueños del planeta) sin recibir la
ayuda que está reclamando la situación.
De tanto pelearse se les ha olvidado lo fundamental, lo que
deberían ejercitar: ser -principalmente- un servicio
público.
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