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OPINIÓN - VIERNES, 12 DE ENERO DE 2007

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

Desmemoriados del servicio público

Por Javier Cuenca


Quizás sería bueno un poco de serenidad; atisbar soluciones en vez de alimentar los conflictos y colegir que en el arrebato y la palabrería malsana sólo existe el camino del enfrentamiento. Ésto, veraz para cualesquiera de las relaciones, debería convertirse en exigencia para aquellos que, por mor de la decisión popular, votaron en las urnas a sus representantes pensando que ellos, los de los gritos, dedicarían tiempo y esfuerzo para resolver problemas y dotarles -poco a poco- de mejor calidad de vida. Claro que se van dando cuenta que, al contario de las ilusiones, caminan las razones del mundo de la política, y terminan como Tenorio con el “¡cuán gritas esos malditos!” murmurado al ver una y otra vez tanto rifi rafe espurio al que tienen acostumbrado.

Los mandatarios autonómicos se reunían por tercera vez para tratar de aquellas cosas que son más cercanas, y que la distancia, algunas veces, enturbia y hace adormecer en el desván donde van a parar las promesas electorales; allí, del mismo lugar que las sacarán para la siguiente ‘contienda’ por los votos si no se consigue exigir que vuelvan con soluciones determinantes. La reunión se convirtió en un ‘corral de gallinas’ donde la tensión -según dicen algunos ‘plumillas’ que estaban en el entorno- se mascaba por los pasillos de la Cámara Alta; una tensión que, simplemente, lo que consigue es compungir más y más a la sociedad, y lo único que aporta es malestar al ver la falta de deferencia hacia la sensatez y con la ciudadanía que ostentan los contendientes.

Lo más curiosos es que el motivo esgrimido sea la propia violencia. Capaces de batallar hasta el insulto, no ven el escaso favor que hacen al colectivo, al contrario de los que ejercitaron la mentada violencia que miran con guasa la ‘tangana’ que se ha montado. Mientras tanto: los ciudadanos de a pie con un palmo de narices viendo -una vez más- como lo que era para hacer mejor el vivir se devuelve al desván.

“El hombre es el ser más distante a sí mismo” decía Nietzsche; parafraseando al filósofo alemán se puede colegir que el político (cuyo nombre deviene a la postre de la ciudad) es lo más lejano al ciudadano. Metidos en su coraza -hasta tal punto lo es que se consideran ‘clase política’- dan por tan buena su batalla dialéctica que se olvidan de sus ‘representados’.

Iban a tratar del peliagudo tema del agua, donde los ceutíes se encuentran ante la diatriba de no encontrarse con nada, o lo que es lo mismo: carecer de infraestructuras para asegurar un futuro tranquilo con el ‘líquido elemento’. No digamos ya sobre la inmigración, tema precisamente caliente en una ciudad fronteriza, que tiene que soportar sus costes económicos y sociales (en un tiempo donde el mal llamado conflicto oriente-occidente, se alimenta desde otros lugares por lo indiscutibles dueños del planeta) sin recibir la ayuda que está reclamando la situación.

De tanto pelearse se les ha olvidado lo fundamental, lo que deberían ejercitar: ser -principalmente- un servicio público.
 

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