A mí me gustaría sentar a una mesa
a Pedro Gordillo y Mohamed Alí para que me
explicaran las ideas consideradas básicas en el PP y la UDCE
con el único propósito de mejorar la vida de los ceutíes y
defender la ciudad de toda ingerencia extraña en su devenir.
Y, sobre todo, de quienes ponen en duda a cada paso su
españolidad.
Y quiero pensar que ambos políticos coincidirían en casi
todo. Aunque imagino que procurarían por todos los medios
agarrarse a cualquier motivo para disentir y resaltar las
diferencias que ellos necesitan para tratar de engatusar a
la gente. Algo que está en la naturaleza de la democracia de
la política de partidos: hundir al contrario en la miseria
si ofrece el menor atisbo de debilidad.
A partir de lo dicho, lo que me parece intolerable es el
enfrentamiento que Gordillo y Alí han protagonizado en los
medios, durante la semana pasada. Ni siquiera fueron capaces
de acogerse al espíritu navideño y acordar una tregua en su
guerra desatada por conseguir los votos de una parte de la
población ceutí. En la disputa pública, de muy mal estilo,
se dijeron de todo: racista, xénofobo, soberbio, peligroso,
necio..., dijo uno. Y el otro tampoco se mordió la lengua a
la hora de responderle: ignorante, cura frustrado,
malintencionado, cinico y... otras lindezas.
Menos mal que mientras el senador y el diputado andaban
enzarzados en una trifulca de baja estofa, la gente se lo
pasaba en grande ante la inminente llegada de los Reyes
Magos y viendo disfrutar de lo lindo a los niños o
celebrando la llamada Pascua Grande.
Mohamed Alí irrumpió en la política activa con mucha pujanza
y sorprendió a todos al convertirse en el jefe de la
oposición. No cabe la menor duda de que sus votos pertenecen
a los españoles de religión musulmana. Pero se encontró, a
pesar de su extraordinaria victoria en las urnas, con que
Juan Vivas obtuvo una mayoría aplastante. De manera que no
necesitaba el PP, como en otras ocasiones, el coligarse con
ningún partido. Una situación, mírese por donde se mire, que
al partido de la UDCE no le convenía en ningún aspecto.
Y la razón es bien clara: cualquier partido, y el que lidera
Alí no iba a ser la excepción, necesita como el comer del
clientelismo. Y si sus políticos están fuera de las parcelas
de poder, cual es el caso del cual hablamos, los votantes se
van desilusionando y terminan convencidos de que han hecho
una mala inversión con su papeleta.
Por consiguiente, Mohamed Alí, que de tonto no tiene un
pelo, sabe perfectamente que se acercan las elecciones y
todavía no ha podido ofrecerles nada a quienes confiaron él.
Lo que habría cambiado su ser político si hubiese tenido la
oportunidad de colocar a uno de los suyos, o él mismo, al
frente de Bienestar Social. Por poner un ejemplo.
Como no ha sido así, Alí precisa cada día buscar una causa
con la que demostrar que el Gobierno de Juan Vivas es un
desastre y que, además, no es justo con las necesidades de
los más desfavorecidos. Y ya sabemos lo que eso significa.
El problema está en que sus actuaciones políticas, legítimas
a todas luces, deben estar huérfanas de cualquier sentir
religioso. Pues lo contrario, sin duda, es motivo suficiente
para que la convivencia se resquebraje y empecemos a sufrir
sinsabores innecesarios.
Pero tampoco en el PP han de extremar las críticas hasta
extremos de sacar a Mohamed Alí de sus casillas. Y en el
caso que nos ocupa el senador ha carecido de tacto y le han
sobrado insultos. Máxime cuando de él, por su humanismo, se
espera siempre la actitud adecuada al efecto.
En rigor: tanto Gordillo como Alí han destacado en la
Navidad y en la Pascua Grande, como dos políticos
obsesionados por los votos. ¡Uf!
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