Partamos de un hecho tan real como
la existencia misma. Por principio, lo humano nos pertenece,
aunque sólo sea por mera razón de espectadores. Asimismo nos
vinculan las estaciones de la vida, sólo hay que dejarse
llevar por el poeta que llevamos dentro. Si el otoño es el
tiempo poético por excelencia, donde las metáforas del
destino humano nos dan de lleno; diciembre también es algo
más que un mes propicio para los derroches y las grandes
comilonas, yo lo veo como ese verso que nos inquieta en los
labios hasta que lo soltamos. El despertar a la lírica
siempre une sentimientos. Activado el corazón, cultivar el
propósito de enmienda viene por añadidura. Así se allana
vivir (y convivir) con el espíritu de la Inmaculada
Concepción de María y esperar al Libertador, al igual que
hicieron los abuelos de los abuelos de nuestros abuelos.
¡Cuántas músicas, poemas y relatos han inspirado la
atmósfera de diciembre en los pueblos y culturas! ¿Quién
desconoce las emociones que evocan estos días? Cuando menos
a todos nos salen llamamientos a la paz y a la fraternidad.
Para otros, también diciembre es un mes de refrendo de
libertades. No es una señal en vano poner la libertad como
signo de avenencia. Evocar la consensuada norma que nos
ordena la vida, aquello que un día las Cortes aprobaron y el
pueblo español ratificó, aparte de inyectar salud a las
reglas de la convivencia, ha de llevarnos a una reflexión,
algo que siempre es sano, sobre si es necesario mantener
vigente el pacto constitucional y sus principios o cabe
alguna modificación. En el fondo, todo este vivo despertar
(Navideño-Constitucional) suele ser bien recibido. Estamos
llamados a convivir unidos, a vivir en compañía de otro u
otros y a mantener ese vínculo sino queremos entrar en
conflicto. En cualquier caso, el diálogo, el respeto mutuo,
la apertura de miras; siempre será una sensible cuerda. Que
el despertador marque las horas y que el último mes del año
prosiga en saludable luna para crecer con buena estrella en
el venidero, va a depender mucho de nuestro entendimiento;
del que fueron, por cierto, unos expertos los padres de la
Constitución.
Al hilo de las garantías de convivencia, todos tenemos que
poner entendimiento. Lo tienen que poner los mismos cónyuges
para mantener la convivencia conyugal, a no ser que les
excuse una causa legítima, y también lo tienen que
garantizar las leyes conforme a un orden económico y social
justo. Dicho lo anterior, convendría preguntarse si cumple
hoy la familia su incomparable misión de ser fuente de
armonía. También habría que considerar si aún es pilar
básico de la sociedad, puesto que algunas corrientes
actuales pretenden dejar sin raíces el árbol institucional
del matrimonio, entrometiéndose en convicciones morales y
religiosas sin competencia constitucional ni autoridad para
ello. Nuestra Constitución actual proclama su voluntad –en
el preámbulo- de garantizar la convivencia democrática. Otra
cuestión sería analizar hasta qué punto es guía de nuestras
relaciones y actividades; o, si por el contrario, nos hace
falta seguir avivando ideales de comprensión y amistad para
que prospere, y no decaiga, el clima de concordia.
Se convive y se aprende a convivir sobre la base de la
consideración a toda persona. La familia que hace familia, y
convive como tal, lo tiene más fácil. Las experiencias
vividas son las que más educan para bien o para mal. Luego
entrará en juego la educación que, como dice la
Constitución, “ha de tener por objeto el pleno desarrollo de
la personalidad humana en el respeto a los principios
democráticos de convivencia y a los derechos y libertades
fundamentales”. Bajo esta premisa, yo me pregunto: ¿Qué
alcance concreto puede tener esta declaración cuando, en la
actualidad, se apuesta por una educación para la ciudadanía,
donde la misma expresión espanta y cada miembro afectado la
explicita y describe a su manera? En estos temas, donde se
pone en juego la formación y por ende la sociabilidad,
pienso que se debe buscar el consenso y no el
intervencionismo. Se trata, en definitiva de que el sistema
educativo, tan vital para la convivencia, sea respetuoso con
las convicciones de cada cultura, a fin de que cohabiten y
coexista el diálogo. Me sumo a lo que dijo Platón: “El
objetivo de la educación es la virtud y el deseo de
convertirse en un buen ciudadano”. Sin duda, una buena forma
de mejorar la convivencia.
Creo que también podríamos ejemplarizar el hecho de que
personas pertenecientes a diferentes culturas o tradiciones
religiosas, opten por reunirse y colaborar en la
construcción de un mundo más tolerante. Su testimonio, como
el que nos ha dado el Papa en su viaje a Turquía, es la
mejor carta de presentación para que su ejemplo se contagie
y la cultura de la convivencia se acreciente. Pienso que nos
hace falta contrarrestar el ambiente hostil que a veces se
respira, en buena medida generado por pasar de normas
morales, con encuentros donde la tolerancia sea algo más que
un eslogan que se impone como uniformidad. Esto no mejora la
convivencia, puesto que la unidad no puede obviar la
diversidad. Todos estamos llamados a entendernos mal que nos
pese y las garantías de convivencia democrática han de
protegerse y ampararse. Que al menos la convivencia vuelva
por Navidad. Haber si nos gusta este amor y nos lo quedamos,
como vivencia de que convivir es alargar la vida.
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