Llegaron las rebajas. Muchas veces
los ciudadanos y ciudadanas de este país no sabemos a qué se
refieren con eso de ‘las rebajas’, fundamentalmente porque
éstas (las más típicas) llegan tras quince días -desde el 22
de diciembre al 6 de enero, más o menos- de desenfreno
económico; en el que una paga extra, quien la disfruta, se
va por el sumidero del consumo tras regalos, comidas y
juergas variadas.
Ahora la discusión, repetida por doquier año tras año, es si
los productos a consumir son los restos o tienen
denominación de origen precisamente para dichas rebajas;
entretenimiento baladí si se considera la circunstancia
intrínseca del hecho: seguir consumiendo.
Unos, los más clásicos y -por añadidura- los menos
pudientes, sacan al escaparate aquello que ha pasado de
largo por la vista del consumidor, lo que vendría a
considerarse la exégesis de esta estrategia pinturera de los
comerciantes. Otros, con mayores recursos, diseñan los
productos para ser ‘deglutidos’ por las tarjetas de crédito
y la poca liquidez que han dejado los festejos navideños.
Pantalones vaqueros, ropa interior, trapos variados, menaje
de cocina, percheros, mesillas de noche, electrodomésticos,
sofás o una palangana, cualquier objeto es suceptible de ser
rebajado, listo para consumir con la ilusión de que se ha
comprado más barato; que por una vez le hemos ganado la mano
el sistema económico y nos hemos salido con la nuestra.
Ayer, a la carrera, ‘asaltaban’ los locales en busca del
‘chollo’ que redima de tanto gasto superfluo para
convertirse, a la postre, en una inversión superflua más; en
un cachivache arrinconado en el armario de la alacena
consumista.
Compren y asuman esa ‘cuesta de enero’ que tan largo hace el
mes que inicia el devenir del año, pero atiendan las
indicaciones de los más sensatos y sólo lo hagan sobre
productos que sean realmente de utilidad.
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