Mohamed se llama Alejandro, antes fue Ernesto, dice que
eligió estos nombres porque le gustan y suenan bien:
“escucha: ¡hola, me llamo Ernesto! ¿no te gusta?”. Tiene 26
años y es tangerino. Desde hace sólo unos meses trabaja para
Atento, una empresa del grupo Telefónica que atiende los
servicios del 11818. Este nuevo contrato le ha permitido
dejar su trabajo en el puerto y pasarse ocho horas en un
call center atendiendo las llamadas que llegan de España.
Éste no es un caso aislado, cientos de empresas de todo el
mundo, también las españolas, atienden los problemas de sus
clientes a través de servicios telefónicos que se hallan en
un espacio indeterminado y en los que te atiende gente sin
un acento concreto.
En el caso de Marruecos, el único requisito es hablar un
buen español. No hace falta tener una determinada
preparación académica ni siquiera un acento concreto. Una
vez que entras a formar parte de la plantilla te dan un
curso acelerado de cómo atender al cliente, qué tipo de
respuestas se les puede dar o no y cómo tener una
pronunciación neutra.
Mohamed ya trabajó antes en esta empresa, durante varios
meses: “está bastante bien, no trabajas demasiado, practicas
español y encima te dejan elegir el nombre que quieras, ¡es
bastante divertido!”, señala. La diversión, para él, radica
no sólo en el hecho de poder transformarse en otra persona,
sino también en estar atendiendo a alguien que da por
sentado que estás en su mismo país: “creo que muchos se
sorprenderían si supieran que les hablamos desde Marruecos”.
La pujanza de esta oferta de trabajo es tal que muchos
jóvenes de la provincia de Tetuán acuden a trabajar a estas
centrales de llamadas en las que apenas ganarán 3000
dirhams, es decir, 300 euros al mes. Los trabajadores de
Atento son principalmente de aquí y de Tánger, ciudades en
las que, por proximidad con Ceuta, por la influencia que
ejerció el Protectorado y gracias a la televisión, el idioma
español no les resulta en absoluto ajeno.
Allí, al igual que sucede en Ceuta, donde se ven claramente
los canales 1 y 2 de la televisión marroquí, no es necesario
tener una antena parabólica para poder ver la programación
española de los canales de televisión generalistas así que
el contacto con la lengua de Cervantes es totalmente natural
y gratuita.
Éste es sólo uno de los efectos de la globalización que
llega, tal vez para sorpresa de muchos, incluso al vecino
Marruecos, donde comienzan a soplar aires de modernidad. Las
empresas se aprovechan de que emplear a marroquíes es mucho
más barato que emplear a españoles: el coste de vida es
menor, la fuerza sindical es inexistente y, para su fortuna,
cobrar un sueldo mensual de 300 euros es todo un capital.
Sean cuales fueren los motivos, lo cierto es que estas
incursiones de capital extranjero en países menos
desarrollados que los europeos constituyen una buena noticia
para todos, para los propios marroquíes y también para los
ceutíes que, sin duda, podrán beneficiarse de las ventajas
que supondría tener de vecino a un país con una economía
pujante que, entre otras cosas, relajaría mucho la presión
migratoria que sufre constantemente la Ciudad Autónoma
aunque los intentos de saltar la valla sean ahora, un
recuerdo algo lejano.
Pero el caso de Mohamed no es el único. Las empresas
multinacionales, sobre todo de servicios relacionados con la
telefonía, la electrónica y la informática, centralizan cada
vez más sus servicios de modo que, aunque te atiendan en
español, puedes estar llamando a países tan lejanos como
Holanda. Éste es el caso de Sonia, Caty, David y Martine.
Llegados de países tan lejanos como España, Argentina,
Irlanda o Alemania estos jóvenes encuentran en los call
centers una forma de conseguir trabajo fácilmente (las
plantillas no se caracterizan precisamente por ser estables)
y sin demasiado estrés que les permite ganar algo de dinero
y mantenerse en el país mientras finalizan su estancia de
Erasmus o aprenden a manejarse mejor en holandés, algo
indispensable si uno pretende quedarse a vivir allí una
temporada larga.
Marruecos y Holanda son sólo una muestra de cómo nadie, en
una u otra medida, es ajeno a esa globalización tan
denostada por muchos pero tan presente en nuestra vida
cotidiana a través de asuntos tan triviales como puede ser
realizar una llamada telefónica.
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