Tengo entre mis manos una
fotografía de cuando José Luis Rodríguez Zapatero
tero visitó Ceuta el mes de febrero del pasado año. La miro,
más bien la escudriño, y descubro que el presidente iba ya
perdiendo lozanía, cuando apenas llevaba un suspiro
residiendo en la Moncloa. Comparo la fotografía de entonces
con una de reciente actualidad y veo que la pérdida de
frescura y vigor de Zapatero ha sido galopante. Se va
amojamando con celeridad y la alegría de vivir parece que se
le escapa a chorros por los desagües de la inquietud y el
miedo a la responsabilidades que tiene por su cargo.
El atentado de la terminal 4 del aeropuerto de Barajas, le
ha echado diez años encima al presidente del Gobierno.
Aparece con la cara cuarteada, los ojos saltones y el
envaramiento propio de quien se ve superado por todo lo
ocurrido. Sus movimientos, dominados por la rigidez, parecen
torpes y su habla es incomprensible. No encuentra ni el
vocablo acertado ni la frase apropiada que exige su discurso
en estos momentos.
De ZP escriben que está sonado. Que ha perdido el norte y
que anda necesitado, urgentemente, de ponerse en las manos
del mejor psiquiatra posible. Le llueven los insultos:
miserable, pusilánime, cobarde, embustero, inepto, soberbio,
torpe, ingenuo... Al presidente del Gobierno le piden a
gritos que tome decisiones: que aplique el Estado de
Derecho, que acuda a dar explicaciones al Congreso, que
vuelva a recuperar el Pacto Antiterrorista, que dimita o que
convoque elecciones. Y, sobre todo, que no se le ocurra
volver a las andadas: es decir, que olvide las
conversaciones con Eta.
Yo no sé de qué pasta estará hecho José Luis Rodríguez
Zapatero, pero pienso que necesita mirarse al espejo y
creerse a pie juntillas que es El Espartero redivivo.
Porque es la única manera de que las piernas dejen de
temblarles. Que es el primer mandamiento: perder el susto. Y
así pasar a la siguiente fase cuanto antes; la de tomar
decisiones y que éstas sean las más acertadas para el bien
de los ciudadanos.
Hay una frase de John F. Kennedy, perteneciente a su
discurso inaugural, 1961, que reza así: “Negociemos libres
de miedo. Pero no temamos negociar”. Más o menos lo que ZP
ha querido decir durante su visita a la zona afectada por la
explosión de la furgoneta bomba colocada por Eta. Aunque,
claro está, usando palabras inconexas y que han servido para
que lo volviesen a brear. A ponerle como chupa de dómine.
Y lo malo del asunto, para ZP, naturalmente, es que hasta
quienes defendían su forma de ser y creían en él, han
empezado a dudar de su estado emocional y han comenzado a
retirarle su apoyo. Caso de Carlos Carnicero, por
poner un ejemplo de analista político riguroso y experto en
terrorismo y nacionalismo vascos. Ya que resulta indigerible,
entre otras muchas lindezas proclamadas por ZP, referirse a
los asesinatos cometidos por los etarras como “trágicos
accidentes mortales”.
Verdad es que la oposición no ha estado a la altura de las
circunstancias, mas no debería servir ello como atenuante de
los muchos errores cometidos por el Gobierno y,
concretamente, por su presidente. A quien no se le critica
que haya tratado de negociar la rendición de la banda
asesina, sino el petardo que ha pegado en la hora del
fracaso, saliendo a escena sin dar la talla correspondiente
cual hombre de Estado.
Si la política es el arte de lo posible, al arte de los
políticos le corresponde hacer lo imposible en beneficio de
su pueblo. Zapatero tiene la oportunidad de hundirse en la
miseria y terminar encartonado, o salir a flote y volver a
recuperar el pulso y la vitalidad perdidos. Que así sea por
el bien de todos.
|