Acaban las Navidades. Para
algunos, los menos adeptos a la tradición, será la salida de
un tiempo que, para los otros, sirve para realizar el
catálogo de buenos preámbulos anuales y, para ambos, de
físico aumento de la barriga a base de viandas y caldos
navideños (o presumiblemente navideños).
Probablemente, a partir de mañana, cada uno y cada una
cumplirá con el desasosiego de la cotidianeidad, que es
mucho menos tenso que el de lo festivo, e irá aquilatándose
al hábito e intentando, muchas veces sin conseguirlo, quitar
los kilos de más que han suministrado al cuerpo pavos,
besugos, marisco o dulces de la época.
No obstante, hay quien no ha perdido el mencionado hábito
durante estas fechas tan renombradamente familiares: los
políticos. En vísperas del acontecimiento favorito de éstos
(ya) profesionales, las elecciones, se han prodigado en
descalificaciones e insultos hacia el contrario; así, al
contrario que en otros años, hemos disfrutado en paralelo
con la receta de las angulas y el insulto puntual; con la
cara de los niños y el atropello al diccionario; con la
cabalgata de Reyes y la carrera hacia la urna. Esto de la
información tiene su sacrificio.
Probablemente, habida cuenta de los acontecimientos, el
‘ciquitraque’ se irá agrandando proporcionalmente según se
vaya acercando mayo y, si ni siquiera han dejado tranquila a
la concurrencia en Navidades (para gusto laboral de los
plumillas, quienes así han tenido para rellenar espacio
informativo), se prevé que la cosa irá creciendo
paulatinamente.
Esperemos que ‘la sangre no llegue al río’ (siquiera los
insultos y la palabrería), porque al ritmo que llevan la
cosa promete convertirse en un corral de gallos. Lástima
tener que añorar aquellos tiempos en que la contienda
electoral era un espacio abierto para la ironía y la
inteligencia, el buen dialogar y el respeto por el
contrincante. No cabe duda, los tiempos están cambiando,
pero en política lo hacen para peor, en pos del mal ejemplo
al resto de la ciudadanía. No hemos tenido asueto siquiera
en Navidad.
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