¿Qué tal se han portado con
ustedes Sus Majestades? A la hora en la que escribo este
artículo, es decir, en la noche de ayer, repaso mi carta que
se ciñe casi exclusivamente a la petición de libros
monográficos sobre insanías mentales, un tema que es para
servidora de ustedes, como el ¡Ommm…! para los budistas. Mi
mantra particular. Pero ayer noche, tras una vista al
atardecer a la cárcel Alhaurín VIPS, donde ahora han montado
una espectacular exposición fotográfica y salpicado los
jardines con nuevas esculturas en plan “que no nos falte de
ná”, ayer noche me encontré cavilando sobre la chiquillería
que, en cada jornada de comunicaciones familiares de esas
que se llaman “por cristal” ocupan las salas de espera de
los centros penitenciarios.
Viernes 5 de enero, los Reyes Magos desembarcaban a las
diecisiete quince en el puerto de Málaga, siendo recibidos
por las Autoridades Municipales y bandas de música para
iniciar la cabalgata por la ciudad. Los carteros reales
apuraban las últimas horas de recogida de cartas y Málaga y
supongo que todas las ciudades de nuestra geografía, incluso
aquellas en las que, los mandamases son progres-caviar e
intentan insuflar el laicismo ateo por pelotas, que es cosa
muy democrática y de respetar mucho el sentimiento religioso
mayoritario. En nuestra Iberia, en todos los puntos de la
piel de toro, los niños okupaban las aceras preparados para
un festín de caramelos.
Esperando la tramitación del pase, acodada en la barra del
barecito que regenta un filósofo chileno, licenciado en
Psicología a fuerza de restañar penas a base de cafés en
vasos de plástico, mientras yo atendía el efecto iluminador
de la tiamina en las neuronas tras pasti al gaznate acuchada
por un buche de cortado, me di cuenta de que existe un
contingente importante de chiquillos para quienes, el cinco
de enero, vísperas de Reyes, no hay cabalgata sino colas de
espera, madres exasperadas o entristecidas, griterío en los
locutorios, media hora de parca comunicación y un regreso
melancólico, derrotado. ¡Que miren que parecen cansados los
familiares cuando salen de hablar con sus presos! Es como si
les hubieran caído en cima siglos de agotamiento, los más
pequeños lloran, los medianos tienen ya los ojos sabios y
los mayorcitos parecen haber aceptado la rutina semanal de
la visita al encarcelado como parte de sus vidas. Esos niños
que veo en las cárceles me recuerdan a mi personaje favorito
de Sciascia, ese comandante Carini del que decía que era un
hombre que, pese a parecer no esperar nunca nada, llevaba en
sus ojos el corazón mismo de la esperanza. ¿Qué a que obra
me estoy refiriendo? Pues a “Los primos de Sicilia”. ¿No se
llama el PP “reformista”? Pues que reforme el Sistema en
cuanto vuelva al poder y ordene que, o bien los niños no
pueden ir a comunicar en Navidades, para no empañar con
sombras de barrotes la ilusión de las fechas, o bien los
presos de tercer grado tienen que vestirse de Papa Noel y de
carteros reales y pulular entre ellos repartiendo chucherías
, que es dar pinceladas de amor y de humanidad a las
esperas.
¿Qué eso es muy populista? Puede. Pero el pueblo aprecia al
que late con él y el latido auténtico está en borrar la
solemnidad o la extrañeza de los ojos infantiles que
aguardan en las salas de espera sabiendo, a ciencia cierta,
que para ellos no hay cabalgata.
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