Eloy Verdugo, a quien le
tengo ley, es miembro de la UGT y dice lo siguiente: “Nos
encontramos con que Ceuta es la única ciudad española en la
que no baja el paro, como consecuencia de una crisis
económica que nos acucia desde hace años”. Mohamed
Alí, líder de la UDCE, considera que el paro en Ceuta es
algo ya endémico.
La falta de trabajo es asunto que termina causando graves
problemas en la sociedad donde no se consiga detener su
caída en picado. El último barómetro del CIS indica que la
principal preocupación de los españoles es el paro. Encabeza
la lista de encuestados con el 40,1%. Lo cual es lo más
normal del mundo. Pues una persona desempleada sufre lo
indecible.
Leo en Internet, algo que ya había leído en un libro editado
en el año de 1986, cuyo título es el siguiente: No es fácil
ser hombre. “Que la salud mental de las mujeres paradas es
mejor que entre las ocupadas”. Y recomienda el articulista
que las féminas no vean ello como una recomendación para
desertar del mercado laboral. Como si muchas criaturas,
debido a sus necesidades, pudieran detenerse a pensar que
están expuestas a dejarse la salud en el tajo.
La razón es clara: los hombres siguen sin implicarse en las
tareas domésticas y ellas, las que trabajan fuera de casa,
acaban currelando dos veces más. De manera que muchas
mujeres terminan dándose un tute de mucho cuidado y llegan a
la cama con una sola idea: cerrar los ojos y si te vi no me
acuerdo.
Cierto que las hay con posibilidades de mantener una
empleada en casa o bien reciben la ayuda de algún familiar.
Pero tampoco olvidemos a las mujeres que, por haber cumplido
cierta edad, no entran ya en los planes de trabajo y están
necesitadas de llevar un sueldo a una casa sin padre.
Mujeres que se ven obligadas a fregar suelos y encima han de
cuidar a sus hijos.
Pero dejemos un tema que la falta de espacio nos impide
seguir comentando y vayamos al apartado de los hombres sin
empleos. Los hombres parados sufren mucho más que las
paradas. Es decir, que la salud mental de los varones,
cuando carecen de trabajo, se resquebraja hasta límites
insospechados. Es lo que dicen los profesionales de la cosa.
Del pánico de los parados llevo yo escribiendo hace ya la
tira de años. Y lo hago porque he pasado por ese trance y sé
que es un calvario no deseable para nadie. Describir el
desasosiego psicológico del parado es tan difícil cual
incompresible para quienes no han sufrido semejante
situación.
Al margen de la inquietud material, que ya es de una
importancia vital, aparece en escena la angustia de quien se
siente invalido. Surge el malhumor y uno comienza a dudar de
sí mismo, de su capacidad para encontrar un trabajo adecuado
a sus conocimientos. O bien otros donde aprender a marcha
forzada su mecánica para no generar dudas entre quienes
puedan creer que en tales circunstancias te muestras
exigentes a la hora de elegir.
Los psicólogos hablan de que un varón sin trabajo se siente
casi emasculado. Y aciertan. Puesto que la cabeza está para
poco y ese poco se reduce a pensar siempre en lo mismo:
¿cuándo me llamarán de allá o a ver si puedo meter la cabeza
en tal o cual sitio?
Y qué decir de los hombres con hijos adolescentes que se han
quedado sin el subsidio de desempleo y no acaban de hallar
el empleo más adecuado a sus condiciones físicas. Porque no
creamos que trabajar en cualquier cosa está al alcance de
todas las personas. En fin, tocaba escribir de los parados y
he aprovechado la ocasión para hablar de un drama. Y no me
vengan diciendo que hay trabajo pero que la gente no quiere
trabajar. Una generalización manida y cruel donde las haya.
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