Si el delegado del Gobierno,
Jerónimo García-Arreciado, pensó que con sus
declaraciones de la semana pasada podría conseguir que
Vivas e Imbroda rompieran sus relaciones y se
devolviesen las cartas, debe haberse llevado un enorme
chasco. E incluso puede que ahora esté meditando cómo le ha
fallado a él una táctica, la del divide y vencerás, en la
cual tanto parecía confiar.
El delegado del Gobierno es político curtido en mil
batallas. Lo cual no me cabe la menor duda. Y no iba mal
encaminado al poner en práctica una jugada con el fin de
darle a Juan Vivas en todo el ego, para inflárselo y que le
hiciera perder la noción de la realidad en cuanto a cómo ha
de entenderse con el ministro de Administraciones Públicas.
No estuvo mal la idea de García-Arreciado tratando de avivar
la vanidad del presidente ceutí, a fin de confundirlo. Es
decir, quiso meterle los demonios en el cuerpo sobre si le
merecía la pena seguir formando pareja de peticiones con
alguien que le cae muy mal a Jordi Sevilla. Porque está
claro que Imbroda no es santo de la devoción del político
catalán.
De forma que se dejó caer más o menos así: es una pena que
las buenas maneras de Juan Vivas, que lo sitúan en
condiciones de obtener más beneficios a la hora de negociar
con la Administración central, se vean perjudicados por
formar un tándem con Juan José Imbroda. Por ser éste
inflexible e intransigente, en todos los aspectos.
Dicho lo dicho, me imagino que el político onubense se
quedaría tan pancho. Y hasta, quizá confiado en su
experiencia, puede que se hiciera a la idea de que el halago
a JV, que llevaba implícito el mensaje de negocia tú por
separado, que te irá mejor, surtirían los efectos deseados.
Pero se equivocó de hombre.
Un error basado, por encima de cualquier otra cuestión, en
el desconocimiento que tiene García-Arreciado de cómo es el
hombre que se sienta en el sillón principal del
Ayuntamiento.
Cierto que el buen político onubense lleva poco tiempo
tratando a Vivas y, por tanto, es lógico que no sepa de él
apenas nada. Pues de no haber sido así, seguro que habría
desestimado esa maniobra que a lo mejor con otro personaje
le habría funcionado la mar de bien.
Ay, tantos asesores alrededor de quien manda y, sin embargo,
son incapaces de evitar que el jefe se pegue un jardazo de
padre y muy señor mío. Una costalada de las que le suelen
dejar a uno los glúteos doloridos para una temporada larga.
Y es que algún asesor, si acaso las palabras del delegado no
le salieron improvisadas y por su cuenta y riesgo, debió
aleccionarlo acerca de lo conservador que es el presidente
de Ceuta.
Vivas, por si a bien tiene saberlo JGA, no actúa nunca a la
ligera. Y casi siempre emprende labores conjuntas con
personas muy distintas a él en modos de mostrarse. Y
acostumbra, además, a ser poco dado a romper con ellas por
las bravas. De ahí que la propuesta de JGA para que le diera
un regate a Imbroda, por haber ganado éste fama de bulldozer
en sus relaciones con Jordi Sevilla, me pareciera absurda y
condenada al fracaso.
Porque a pesar de que ambos presidentes no tengan el menor
parecido en sus comportamientos -ya que me atrevo a decir
que son total y absolutamente distintos en carácter-, no es
óbice para que hayan hecho un pacto de actitud en lo tocante
a pedirles a las instituciones todo lo que crean que es de
justicia reclamar.
Por una razón tan sencilla cual manida: la unión hace la
fuerza. Y, creáme, delegado del Gobierno, que Vivas no
tirará nunca por la borda el temperamento que saca a relucir
en ese intento su homólogo de Melilla: Juan José Imbroda.
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