El poeta ceutí Luis López Anglada falleció ayer a los 87
años de edad dejando tras de sí una estela de poemas que le
supusieron el renombre nacional e internacional. Pero su
obra no sólo se circunscribe a la poesía sino que también
hizo incursiones en la narrativa, el teatro y el ensayo
aunque destacó, principalmente, por las numerosas
recopilaciones poéticas. Éstas comenzaron en 1941 con
‘Albor’ y continuaron hasta 2004, fecha en que publicó su
último trabajo: ‘Lo que piensan los pájaros’.
Nacido en la Ciudad Autónoma el 13 de septiembre de 1919,
estudió Filosofía y Letras aunque dedicó su vida a la
carrera militar, llegando al empleo de coronel en el arma de
Infantería, una profesión que le llevó a destinos como
Canarias, León o Madrid.
Su entrega y dedicación a las letras españolas le hizo
merecedor en el año 1962 del Premio Nacional de Literatura a
lo que seguirían el Escudo de Oro otorgado por el
Ayuntamiento de Ceuta en 1974 y la Medalla de Plata de la
Ciudad que le fue concedida en 1989.
Su infancia transcurrió entre Zamora y Valladolid. En esta
última ciudad inició su carrera literaria bajo la tutela del
poeta Narciso Alonso Cortés.
En 1941 fundó y dirigió junto a Manuel Alonso Alcalde,
Arcadio Pardo, Fernando González y el novelista Miguel
Delibes la revista de poesía ‘Halcón’. Era académico de
número de la Academia de Poesía de Castilla y León; fue
presidente de la Academia de Juglares de Fontiveros de San
Juan de la Cruz y desde 2005, el Hogar de Ávila de Madrid
convoca anualmente el Premio de Poesía que lleva su nombre.
A pesar de la distancia, mantuvo siempre el contacto con
Ceuta, a donde viajaba con asiduidad, a través de su
vinculación con el Instituto de Estudios Ceutíes y gracias a
la amistad con el poeta castellano Manuel Alonso Alcalde que
residía en la Ciudad Autónoma.
Para el cronista oficial de la ciudad, José Luis Gómez
Barceló, López Anglada fue el escritor más importante de la
ciudad en el siglo XX y su “maridaje” con Alonso Alcalde
supuso “un importante intercambio de experiencias para
ambos”.
El director del Instituto de Estudios Ceutíes, Simón
Chamorro, dice de él que tenía un “alma poética”, que
transmitía una gran emotividad en todo lo que hacía y que
tenía “una mente muy joven capaz de captar nuevas tendencias
a pesar de ser un escritor bastante clásico”.
Como miembro fundador del IEC visitaba con frecuencia Ceuta.
La última vez que vino fue en la asamblea anual del IEC del
año pasado, una cita que Chamorro recuerda con especial
cariño: “en las comidas de las asambleas siempre esperábamos
con impaciencia la llegada de los postres porque él siempre
nos leía algún soneto en ese momento; la última vez fue
especial porque nos leyó unos versos escritos para la
ocasión en los que describía la alegría de venir a Ceuta.
Era un hombre entrañable”, afirmó.
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Ceuta marinera
Ceuta es pequeña y dulce; está
acostada en los brazos del mar, como si fuera una niña
dormida que tuviera la espuma de las olas por almohada.
Ceuta canta latines, cristianada con la sal del estrecho
marinera, y empina su blanca campanera, al espejo del mar
acicalada.
Ceuta es una andaluza niñería que, si saltar pudiera,
saltaría la comba de agua y sal del océano.
Y allí está,
entre la arena y la muralla como una niña que bajó a la
playa
y se fue a la madre de la mano.
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