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OPINIÓN - MARTES, 02 DE ENERO DE 2007

 
OPINIÓN / EL MAESTRO

“Esta noche es Nochebuena...”

Por Andrés Gómez


Y mañana es Navidad/ saca la bota María/ que me voy a emborrachar”. Este era uno de los villancicos clásicos que los niños de mi época –años de la posguerra- cantábamos. A veces, en aquella lejana escuela, se mezclaban los villancicos con el “Himno Nacional” y el “Cara al Sol” llegadas estas Fiestas. No es de extrañar que fuese así, ya que nuestro colegio –privado, porque todavía no había muchos colegios públicos- era muy fiel a las consignas recibidas, y, además, durante todas las fiestas –Navidad, Año Nuevo y Reyes- los niños de entonces no disfrutábamos de tantas vacaciones como ahora. Las nuestras se reducían a los días más significados.

Nosotros, por nuestra cuenta, independiente de la escuela, ensayábamos los clásicos villancicos en cualquier lugar del barrio o en alguna casa. Y empezábamos en los primeros días de Noviembre. Los recuerdos de esta etapa me llegaron, cuando estando destinado en Algeciras, Barriada de los Pastores, en las noches de esas fechas, nos llegaban los ecos de esos ensayos. Era la Navidad del 71. Habían transcurrido muchísimos años, y se mantenía vivo el preambiente navideño. En nuestro caso, aquellos “coros”, sólo se limitaban para ir de “casa en casa”. No tenían sentido competitivo.

En alguna ocasión nos salimos de nuestro ámbito, y por indicación de uno de nuestros compañeros, quiso que actuáramos en casa de un familiar; y con el debido permiso de nuestros padres nos acercamos al domicilio citado. No resultó bien, porque, al llegar, el ambiente no era el propicio, y, además, se rumoreó que algún incidente grave ocurrió en las proximidades del familiar de nuestro amigo. Nos faltó tiempo para volver a nuestros domicilios.

Y ¿éramos felices? Bueno, eran pequeños momentos de bienestar. Con moderación nos ofrecían una copita de anís, sólo para mojar los labios, y unos roscos o pestiños, reducidos a la minina expresión. No convenía comer mucho porque podrían producir indigestiones. Y así pasábamos la Nochebuena, que no se prolongaba hasta altas horas de la madrugada. El mismo tratamiento tenía el Año Nuevo, aunque con menos recursos, porque buena parte de las existencias se habían agotado en la Nochebuena.

Las chicas, por Año Nuevo, improvisaban en alguna casa su reunión para bailar, con los novios que se acercaban tímidamente, bajo la experta mirada y control de la madre de turno, que había cedido gentilmente su “local”.

Llegado el día de Navidad –en Año Nuevo solía ser casi lo mismo- se había sacrificado el pollo clásico. En nuestro ambiente estaba prohibido hablar de pavo. Un solo pollo para –en mi casa- ocho de familia. No recuerdo qué parte del pollo me correspondía, porque en esto de los pollos siempre he sido muy desfavorecido, tocándome la parte del culo. ¡Y el pollo se veía por Navidades! ¿Quién lo diría?

Aunque en aquellos tiempos, desde pequeños nos vendía la idea de que la felicidad se podía lograr si eres estudioso, si eres bueno, obediente… ya nos podíamos considerar, con esas “pequeñas” cosas, felices. Después de todo, la vida era así. Recibíamos una educación positiva, sin falsos mitos, que por inalcanzables, generaban frustración.
 

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