Y mañana es Navidad/ saca la bota María/ que me voy a
emborrachar”. Este era uno de los villancicos clásicos que
los niños de mi época –años de la posguerra- cantábamos. A
veces, en aquella lejana escuela, se mezclaban los
villancicos con el “Himno Nacional” y el “Cara al Sol”
llegadas estas Fiestas. No es de extrañar que fuese así, ya
que nuestro colegio –privado, porque todavía no había muchos
colegios públicos- era muy fiel a las consignas recibidas,
y, además, durante todas las fiestas –Navidad, Año Nuevo y
Reyes- los niños de entonces no disfrutábamos de tantas
vacaciones como ahora. Las nuestras se reducían a los días
más significados.
Nosotros, por nuestra cuenta, independiente de la escuela,
ensayábamos los clásicos villancicos en cualquier lugar del
barrio o en alguna casa. Y empezábamos en los primeros días
de Noviembre. Los recuerdos de esta etapa me llegaron,
cuando estando destinado en Algeciras, Barriada de los
Pastores, en las noches de esas fechas, nos llegaban los
ecos de esos ensayos. Era la Navidad del 71. Habían
transcurrido muchísimos años, y se mantenía vivo el
preambiente navideño. En nuestro caso, aquellos “coros”,
sólo se limitaban para ir de “casa en casa”. No tenían
sentido competitivo.
En alguna ocasión nos salimos de nuestro ámbito, y por
indicación de uno de nuestros compañeros, quiso que
actuáramos en casa de un familiar; y con el debido permiso
de nuestros padres nos acercamos al domicilio citado. No
resultó bien, porque, al llegar, el ambiente no era el
propicio, y, además, se rumoreó que algún incidente grave
ocurrió en las proximidades del familiar de nuestro amigo.
Nos faltó tiempo para volver a nuestros domicilios.
Y ¿éramos felices? Bueno, eran pequeños momentos de
bienestar. Con moderación nos ofrecían una copita de anís,
sólo para mojar los labios, y unos roscos o pestiños,
reducidos a la minina expresión. No convenía comer mucho
porque podrían producir indigestiones. Y así pasábamos la
Nochebuena, que no se prolongaba hasta altas horas de la
madrugada. El mismo tratamiento tenía el Año Nuevo, aunque
con menos recursos, porque buena parte de las existencias se
habían agotado en la Nochebuena.
Las chicas, por Año Nuevo, improvisaban en alguna casa su
reunión para bailar, con los novios que se acercaban
tímidamente, bajo la experta mirada y control de la madre de
turno, que había cedido gentilmente su “local”.
Llegado el día de Navidad –en Año Nuevo solía ser casi lo
mismo- se había sacrificado el pollo clásico. En nuestro
ambiente estaba prohibido hablar de pavo. Un solo pollo para
–en mi casa- ocho de familia. No recuerdo qué parte del
pollo me correspondía, porque en esto de los pollos siempre
he sido muy desfavorecido, tocándome la parte del culo. ¡Y
el pollo se veía por Navidades! ¿Quién lo diría?
Aunque en aquellos tiempos, desde pequeños nos vendía la
idea de que la felicidad se podía lograr si eres estudioso,
si eres bueno, obediente… ya nos podíamos considerar, con
esas “pequeñas” cosas, felices. Después de todo, la vida era
así. Recibíamos una educación positiva, sin falsos mitos,
que por inalcanzables, generaban frustración.
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