Leo que un empresario se reunió
con un alto cargo local para tratar de un negocio turbio y
lo hizo en bañador y mientras recibía chorros de aguas con
mineromedicinales en un balneario, debido al horror que
causa entre sus interlocutores la obsesión que tiene por
grabarlo todo. El empresario alega, cuando se le pregunta
por tan desmedida manía, que lo hace para proteger sus
negocios. El hecho se produjo en Alicante.
Lo de llevar una grabadora diminuta, oculta entre las ropas,
es algo ya muy visto pero que sigue dando sus buenos
resultados a los que intentan chantajear a alguien. Yo he
conocido a individuos que disimulaban incluso la grabadora
de tamaño normal y se daban suficientes trazas para tirarles
de la lengua a quienes deseaban sonsacarles deslices con
ánimo de ponerlos en la picota o sacarle rédito a la
conversación.
Tampoco es de fiar el teléfono. Nunca lo ha sido, pero
últimamente se ha desatado la fiebre de las grabaciones y la
desconfianza ha de primar sobre todo entre los empresarios y
los políticos. Y, cómo no, entre los propios políticos. Por
más que pertenezcan al mismo partido. A veces son los
peores.
Dado el poco tiempo que falta para que se celebren las
elecciones municipales y autonómicas, en los partidos está
ya desatada la guerra entre facciones para conseguir, sin
importarles cómo, meter cada una de ellas el mayor número
posible de candidatos en las próximas listas. Conque es el
momento donde los interesados no se paran en barras y los
hay capaces de acabar incluso con los suyos sin una pizca de
remordimiento.
En esa guerra desatada, donde impera el egoísmo, todos los
diputados o concejales se vigilan e investigan para
descubrir cualquier miseria de sus opositores y obtener así
popularidad y beneficios. Puesto que pocos políticos
denuncian la corrupción por estar convencidos de que ha de
ser así y que la democracia les exige poner al corrupto a
los pies de los caballos de la justicia.
Si en vez de elecciones cada cuatro años, hubiera un régimen
basado en el turno organizado de partidos, a buen seguro que
se hablaría menos de corrupción y pocos nombres de corruptos
saldrían a relucir.
Conviene tener en cuenta que existen políticos, acaso los
más preparados, que en su fuero interno siguen convencidos
de que lo mejor de Montesquieu fue defender la
venalidad de los cargos: “Se trata sin duda de un abuso,
pero de un abuso útil”, dijo en su día el señor de la Bréde.
Cierto es que la operación Malaya les ha metido el miedo en
el cuerpo a políticos y empresarios. Ya que han surgido
fiscales dispuestos a encerrarse en los despachos y hurgar a
fondo en cuantas denuncias les llegan. Por tanto, no me
extraña que las grabadoras estén causando pavor entre
políticos y empresarios que necesitan reunirse para
conversar de asuntos donde las comisiones pueden ser motivo
principal.
Hablando de comisiones se me viene a la memoria una reunión
entre un político, que ahora ejerce de inquisidor general, y
un gerente de una empresa de basura, a quienes años atrás
trataron de fotografiar en un salón del hotel La Muralla, en
pleno trato. Y el político, al verse sorprendido, corría que
se las pelaba por sitio donde le fue posible acceder a la
calle sin ser visto por quienes esperaban el desenlace en
sala muy concurrida.
Quien avisa no es traidor. Procuren quienes hayan cometido
algún desliz cuidarse mucho de las grabadoras. Porque las
hay en manos de expertos dispuestos a denunciar miserias a
cualquier precio.
Eso sí: a Juan Vivas resultará muy difícil grabarle
la menor indiscreción. Una ruina, pues, para sus opositores,
que no encuentran la forma de menoscabar el prestigio del
que aún goza el presidente.
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