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OPINIÓN - MARTES, 02 DE ENERO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Las grabadoras
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Leo que un empresario se reunió con un alto cargo local para tratar de un negocio turbio y lo hizo en bañador y mientras recibía chorros de aguas con mineromedicinales en un balneario, debido al horror que causa entre sus interlocutores la obsesión que tiene por grabarlo todo. El empresario alega, cuando se le pregunta por tan desmedida manía, que lo hace para proteger sus negocios. El hecho se produjo en Alicante.

Lo de llevar una grabadora diminuta, oculta entre las ropas, es algo ya muy visto pero que sigue dando sus buenos resultados a los que intentan chantajear a alguien. Yo he conocido a individuos que disimulaban incluso la grabadora de tamaño normal y se daban suficientes trazas para tirarles de la lengua a quienes deseaban sonsacarles deslices con ánimo de ponerlos en la picota o sacarle rédito a la conversación.

Tampoco es de fiar el teléfono. Nunca lo ha sido, pero últimamente se ha desatado la fiebre de las grabaciones y la desconfianza ha de primar sobre todo entre los empresarios y los políticos. Y, cómo no, entre los propios políticos. Por más que pertenezcan al mismo partido. A veces son los peores.

Dado el poco tiempo que falta para que se celebren las elecciones municipales y autonómicas, en los partidos está ya desatada la guerra entre facciones para conseguir, sin importarles cómo, meter cada una de ellas el mayor número posible de candidatos en las próximas listas. Conque es el momento donde los interesados no se paran en barras y los hay capaces de acabar incluso con los suyos sin una pizca de remordimiento.

En esa guerra desatada, donde impera el egoísmo, todos los diputados o concejales se vigilan e investigan para descubrir cualquier miseria de sus opositores y obtener así popularidad y beneficios. Puesto que pocos políticos denuncian la corrupción por estar convencidos de que ha de ser así y que la democracia les exige poner al corrupto a los pies de los caballos de la justicia.

Si en vez de elecciones cada cuatro años, hubiera un régimen basado en el turno organizado de partidos, a buen seguro que se hablaría menos de corrupción y pocos nombres de corruptos saldrían a relucir.

Conviene tener en cuenta que existen políticos, acaso los más preparados, que en su fuero interno siguen convencidos de que lo mejor de Montesquieu fue defender la venalidad de los cargos: “Se trata sin duda de un abuso, pero de un abuso útil”, dijo en su día el señor de la Bréde.

Cierto es que la operación Malaya les ha metido el miedo en el cuerpo a políticos y empresarios. Ya que han surgido fiscales dispuestos a encerrarse en los despachos y hurgar a fondo en cuantas denuncias les llegan. Por tanto, no me extraña que las grabadoras estén causando pavor entre políticos y empresarios que necesitan reunirse para conversar de asuntos donde las comisiones pueden ser motivo principal.

Hablando de comisiones se me viene a la memoria una reunión entre un político, que ahora ejerce de inquisidor general, y un gerente de una empresa de basura, a quienes años atrás trataron de fotografiar en un salón del hotel La Muralla, en pleno trato. Y el político, al verse sorprendido, corría que se las pelaba por sitio donde le fue posible acceder a la calle sin ser visto por quienes esperaban el desenlace en sala muy concurrida.

Quien avisa no es traidor. Procuren quienes hayan cometido algún desliz cuidarse mucho de las grabadoras. Porque las hay en manos de expertos dispuestos a denunciar miserias a cualquier precio.

Eso sí: a Juan Vivas resultará muy difícil grabarle la menor indiscreción. Una ruina, pues, para sus opositores, que no encuentran la forma de menoscabar el prestigio del que aún goza el presidente.
 

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