Ya que, desde las altas instancias
del Estado, pasando por las estadísticas del INE y hasta en
las noticias del tiempo, se unen a las ciudades de Ceuta y
Melilla como de una sola realidad se tratara para
comprobación casi diaria de la ignorancia de todos estos
estamentos, habrá que aprovechar y unir de veras la lucha
por causas comunes a dos territorios que, por la fuerza del
destino histórico a la que nos han llevado políticos
negativos para la historia de España, nos han colocado no ya
fuera de la península como físicamente nos situamos, sino
fuera de cualquier realidad en cuanto al nuevo orden
territorial del estado surgido con la Constitución española
del 78; y todo ello pese a que en un gran ‘parche histórico’
se nos concediera una estatuto de autonomía sui géneris que
aún debate el propio Tribunal Constitucional.
Aún cuando la Constitución española no se ha cumplido en su
totalidad para ceutíes y melillenses –la Transitoria V
continúa virgen-, los naturales de Ceuta y Melilla nos
sentimos autonomistas españoles. Es decir, deseamos
sentirnos de igual forma que cualquier otro ciudadano
español residente en Cataluña, País Vasco o Andalucía –por
citar una realidad de administración pública cercana-.
Sin renegar de nuestra histórica españolidad de la que nos
enorgullecemos, buscamos –a diferencia de otros ciudadanos
de territorios con menos vocación españolista- una relación
estrecha con el Estado y a una cogestión de áreas
complicadas por su volumen y organización. Pero Ceuta no
necesita de políticas intervencionistas modeladas a gusto
del de turno en Madrid.
Ceuta, como Melilla, necesita de medidas plurianuales, de
avances sostenidos y constantes que no mermen el progreso
que les es común al resto de territorios del Estado.
No es malo pues que las instituciones locales de Ceuta y
Melilla se unan para logros de objetivos comunes. Ya lo
hicieron en tiempos del PP y lo continúan haciendo en
tiempos del PSOE. La estrategia de ‘echarlos a pelear’, o
sea a Vivas y a Imbroda es absolutamente fatua, porque ni va
a lograrlo, ni es bien recibida por casi nadie.
La importancia de Ceuta y Melilla para el Estado es
evidente. La responsabilidad política sobre dos territorios
geoestratégicamente complicados es tan alta, que bien se
haría en adecuar las medidas necesarias para el
afianzamiento de estas dos realidades españolas tan
históricamente poco consideradas desde Madrid, lo que
–recordaremos- conllevó a un severo varapalo en el 99.
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