Cuando la visita del presidente
del Gobierno a Ceuta, en febrero del año que se nos va, y
dado mi interés por saber las razones que tenía éste para
visitarnos, alguien me lo definió con suma sencillez: “La
política es como patinar sobre ruedas. Se va en parte a
donde se desea, y en parte a donde le llevan a uno esos
malditos patines”. Entiéndase por patines, las
circunstancias que aconsejan hacer algo en un momento dado
por necesidades imperiosas.
Ceuta, en septiembre de 2005, había sido noticia
internacional por el asalto masivo de 500 o 600 inmigrantes
por la valla fronteriza que separa Ceuta de Marruecos. En el
intento, murieron cinco personas y hubo un centenar de
heridos. La tragedia despertó conciencias y esta ciudad
volvió a sufrir los varapalos de quienes la desconocen; de
quienes la conocen y la detestan; y de cuantos la detestan
sin conocerla (a quien pueda interesarle: al no haber nacido
aquí, no soy propenso a pecar de susceptibilidad ni de
victimismo).
El Gobierno Central se vio obligado a tomar las medidas que
creyó oportunas. Mientras la gente, de Ceuta y Melilla,
esperaba con sumo interés a ver cómo reaccionaba ZP ante los
graves problemas que acuciaban a ambas ciudades. Máxime
cuando es bien sabido que en los dos sitios inspira más
confianza un gobierno de derecha en cuanto a una posible
defensa de los derechos de los dos pueblos.
Una idea que por parecerme injusta, y creo que hay muchas
personas personas que piensan lo mismo, no deja de ser una
verdad que se respira en el ambiente, que se palpa en las
conversaciones, y que se hace realidad cuando los ciudadanos
acuden a las urnas.
Sin embargo, cuando apenas se habían apagado las voces de
las críticas acerbas sobre la tragedia de la valla
fronteriza, que obligaron al presidente Vivas a poner los
puntos sobre las íes en programas de medios nacionales, ZP
tuvo un descuido monumental en la Cumbre Hispano- Marroquí,
celebrada en Sevilla. Su silencio ante unas palabras
ofensivas para Ceuta y Melilla, necesitado del clásico sorbo
de agua para digerir el error, despertaron la ira de
innumerables ceutíes y melillenses. He aquí, pues, las dos
circunstancias que obligaron al presidente del Gobierno,
durante el Debate del Estado de las Autonomías, a anunciar
su visita a las dos ciudades.
Pues en ese momento, ZP era consciente de que se le había
presentado la ocasión de patinar hacia dos pueblos que
podían ofrecerle la oportunidad de presentarse ante la
sociedad española como un valiente. Y, desde luego, cual
presidente capaz de hacer un gesto de Estado que jamás
hicieron ni González ni Aznar. Y, sobre todo,
el viaje le venía como anillo al dedo para tratar de echarle
tierra encima a su ominoso silencio en Sevilla, ante el
ministro de turno marroquí. Sin olvidar que también le
permitía enviar el siguiente mensaje a Marruecos: “España es
un vecino respetable que no admite chantajes”.
En realidad, y lo escribí en su día, el anunciar ZP, en el
Senado y ante los presidentes autonómicos, la visita a Ceuta
y Melilla fue un acierto enorme y una jugada política de
mucho calado. Todo lo demás, en aquella fecha, pasó a
segundo plano.
Los patines trajeron a ZP a Ceuta. Y su llegada despertó
interés y se vendió como la visita de un presidente que
había arriesgado lo indecible ante el reino de Marruecos.
Antonia María Palomo iba exultante en la comitiva
mientras Jerónimo Nieto parecía un alma en pena.
Vivas dio la talla como anfitrión. Todo salió redondo en
visita tan crucial.
Al cabo del tiempo, el hecho se recuerda como el día en que
ZP prometió mucho. Ahora, JV sale diciendo que las promesas
han quedado en agua de borrajas. Vamos, lo que se dice todo
un fiasco.
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