Me escribe un chaval de quince
años de Alcobendas , me dice que es gay y me pide que le
llame así, no hay problema, yo le llamo como quiera, luego
manifiesta que es cristiano y me dice si yo odio a los gays.
Lógicamente le contesté pidiéndole permiso para responderle
con un artículo y utilizar sus iniciales que él me indicó
JPO, también hemos quedado para degustar una hamburguesa en
Foster Hollywood en mi próximo viaje a Madrid , porque ha
aceptado mis explicaciones y encajado la admiración y la
envidia que siento cuando, un adolescente de quince años, un
simple esbozo de lo que puede ser, con voluntad y esfuerzo,
una gran obra maestra, se declara cristiano en estos tiempos
de dejaciones y moral de la alpargata. A los quince años yo
no era más que una depresiva anoréxica rifeña, a quienes, ni
maestros cristianos ni musulmanes lograban sacar de su
amargo agnosticismo. Después de vivir el mayo francés desde
Nador y siendo horrorosa como adolescente pero normal como
mandril, era dificultoso conseguir de mí ni un ápice de
espiritualidad. JPO de Alcobendas ya tiene un tanto inmenso
apuntado a su favor y ha comprendido que no odio a nadie,
pero detesto el exhibicionismo burdo y la vulgaridad. Como
buen revoltillo de cristianismo e Islam años cincuenta,
opino firmemente que, determinados actos y efusiones
pertenecen a la esfera de la intimidad. Y tanto me ofende el
ver a dos tíos besándose, como a un chico y una chica
metiéndose en público la lengua hasta el gaznate mientras
degustan, entre prisa y prisa, una tapa de callos con
garbanzos. ¿Qué dicen? ¿Qué si soy una reprimida? Ceo que
no, yo me he juergueado todo lo que me tenía que juerguear,
he folleteado todo lo que tenía que folletear y he
patiperreado todo lo que tenía que patiperrear, pero con
límites marcados por la educación y esa añeja asignatura que
nos impartían que se llamaba “urbanidad”. Me pregunta mi
amigo de Alcobendas si yo le pegaría con una silla y le
respondo que tomo antidepresivos para engrasar mi sesera
pero que no estoy tan directamente demenciada como para
agredir a unos tíos y acabar en la UCI. Aunque haya
espectáculos que me hieran profundamente, como las escenas
que se dan en el Día del Orgullo Gay donde, por casualidad,
nunca aparecen tíos vestidos de imanes con barbas y
turbantes, Corán en mano y mofándose y zahiriendo al Profeta
Mahoma, sino que todos los ataques, las burlas y las
vejaciones nos las dirigen a los católicos. Porque
humillarnos y herirnos a nosotros sale gratis, pero
arremeter contra la moral islámica es algo extremadamente
delicado y suele traer terribles consecuencias. Por unas
palabras históricas del Papa quemaron iglesias y mataron a
una monjita en Mogadiscio. Y claro, aunque los musulmanes
sean duros con la homosexualidad, manda la prudencia y los
que salen disfrazados de curas, monjas y Sumos Pontífices
saben perfectamente a quienes pueden atacar y a quienes no.
Le digo a mi amigo de Alcobendas que a nadie interesa su
opción sexual y que no haga de ella bandera ni espectáculo,
que la viva desde el respeto, la sensibilidad y los valores
y que, lo más importante ahora es el nivel de inglés, la
futura selectividad y el seguir trabajando sobre el lienzo,
currándose la evolución y cultivando la voluntad, porque
dice Enrique Rojas que un hombre con voluntad llega más
lejos que un hombre que es tan solo inteligente. Mi amigo de
Alcobendas y yo tenemos una hamburguesa pendiente. Eso es.
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