Un político ha de ser alguien
preparado, hábil y bien protegido por la fortuna. Y si tiene
la misma baraca de Franco, un suponer, que era inmune a las
balas, irá ganando elecciones hasta que se canse.
Un político que se precie de serlo, dejará a sus subalternos
que tomen todas las medidas impopulares. Elegirá con cuidado
a sus consejeros y evitará el cederles la menor parcela de
autoridad. Lo cual no quiere decir que les impida aparentar
lo que no son.
En cuanto a la reputación de los gobernantes, no cabe la
menor duda de que es muy principal cuidarla hasta el mínimo
detalle. Evitar en exceso los nombramientos a dedo; pues
alguien que haya abusado de hacer clientelismo por ese
método, está condenado al fracaso. Y qué decir de quienes se
lo han llevado calentito. Si se les descubre, suerte tendrán
de no ir al trullo.
El mejor bien de un político es tener la adhesión de su
pueblo. Con esa fuerza entre sus manos seguro que podrá
afrontar empresas que de otra forma sería si no imposible sí
muy complicadas de llevarlas a cabo. Lo cual no deja de ser
un reconocimiento del poder de la opinión pública. Sin duda.
Sin embargo, lo difícil es manejar esa opinión pública con
la sutilidad y destreza de quien sabe, pues estamos hablando
de alguien inteligente, que el pueblo es maleable, sensible
a ciertas demostraciones populares, y capaz de hacer la
vista gorda en según qué asuntos para evitar males mayores.
Aquí cabría decir que más vale lo malo conocido...
Por ello se me viene a la memoria, en este momento, cómo una
gran mayoría del pueblo de Ceuta, por evitar lo que
consideraba un mal gobierno del Partido Popular y por haber
perdido la confianza en su presidente, Jesús Fortes,
se echó en los brazos de un GIL corrupto que llegó dispuesto
a convertir la ciudad en un caos cual el de Marbella.
Aquella mayoría, a pesar de tener sus razones, se equivocó y
con su error estuvo a punto de causarle un daño irreparable
a su tierra. Por lo tanto, me imagino que a los ciudadanos
se les habrán acabado ya las ganas de meterse en aventuras
peligrosas.
Dicen que los grandes políticos han de almacenar grandes
dosis de hipocresía. Elemental. Menudo sufrimiento debe de
ser reír sin ganas, apretar manos que no gustan, estar
presente en actos que desagradan o aguantar a pie firme los
discursos de unos pesados mientras la primera autoridad
tiene un ataque de aerofagia. Verbigracia.
El buen gobernante, en los tiempo que corren, ha de ser
moderado en sus reflexiones, pero atento siempre a actuar
con la firmeza que las circunstancias le exijan. Sin
olvidarse nunca que “Hay una ventaja en ser presidente:
Nadie te dice dónde tienes que sentarte”.
Un político ha de cuidar mucho cuando habla de la religión y
de todo lo que pueda estar relacionado con Dios. He aquí lo
que pensaba Maquiavelo al respecto: “No combatáis
nunca la religión, ni nada de lo que parece estar en
relación con Dios: pues tales objetos tienen demasiada
fuerza sobre el espíritu de los necios”.
El fondo mismo de su pensamiento conduce a Maquiavelo a una
posición, más que antirreligiosa anticristiana. Si alguien
quiere saber el porqué puede leerlo en Historia de las ideas
políticas, página 330.
En suma: en estos días de paz navideña, y pensando que las
elecciones autonómicas están, como quien dice, a la vuelta
de la esquina, miro a mi alrededor buscando qué político
encaja con lo narrado en esta especie de parábola. Y, con
las dudas que uno siempre arrastra, me atrevo a decir que es
Juan Vivas quien más se asemeja. Y lo dicho no me
servirá para ir diciendo de lo mío qué... Pues si nunca lo
hice, mucho menos lo haré a estas alturas. En rigor, JV no
tiene rival.
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