Cada vez que paseo por el
Revellín, la Joyería Chocrón se me viene a la vista. Y raro
es que yo no me pare a escudriñar en sus escaparates, para
recrearme en el joyerío que allí se luce. Pero en cuanto
compruebo el arte desparramado en sus expositores, confieso
que lo primero que hago es mirar en el interior de la tienda
por si está su propietario: Carlos Chocrón.
En bastantes ocasiones, la verdad sea dicha, mi amigo no se
encuentra en su despacho y me desagrada sobremanera el
quedarme sin saludarlo e incluso mantener con él un rato de
conversacion. Pero nunca desisto: de manera que Manolo
Mur, gerente de la joyería, sabe que es normal mi
presencia en su interior para preguntarle por don Carlos.
Hace ya 24 años que conozco a Carlos. Una friolera. Y fue en
el Rincón del hotel La Muralla. Me lo presentó Eduardo
Hernández. Y allí empezó nuestra amistad. A Carlos, con
una veintena de años menos, había que echarle de comer
aparte.
De vestir impecable, y cuidados cabellos que ya empezaban a
grisear, la presencia del ya acreditado joyero no pasaba
inadvertida para nadie. De buen porte, su saber estar
formaba parte de unas cualidades donde destacaba la
prudencia en el decir. Jamás una palabra más alta que otra
y, por encima de todo, no juzgar a nadie por conjeturas.
Con Carlos, dada mi forma de ser, mantuve yo algunos
desencuentros, por cuestiones de poca monta. Tal es así, que
al día siguiente estaba deseando acudir a la tertulia para
pegar la hebra con él y aclararle que lo del día anterior
era una de mis clásicas salidas de tono.
Poco a poco, la amistad con Carlos me permitió conocer a sus
hijos. Lo cual me hizo comprender aún más de qué pasta
estaba hecho el hombre con quien muchos días, durante cierto
tiempo, compartía cháchara en una tertulia de la cual jamás
nos hemos olvidado. Por razones obvias.
Y aunque mirar hacia atrás por sistema ni es recomendable ni
tampoco bueno, tú y yo, ¿verdad amigo?, sabemos que “el
éxito del presente es producto de la ilusión del pasado”.
Pero más importante aún, mucho más, sin duda alguna, es que
“el éxito del futuro es producto de la ilusión del
presente”.
Son dos frases, más bien dos sentencias que he extraído del
extraordinario Catálogo que Chocrón Joyeros, desde 1948, ha
editado para darnos a conocer que es ser joyero y cómo ha de
comportarse en esta vida donde los hay dando el pego en una
profesión que tú realzas cada día.
Sí, Carlos, ya sé que te desagrada lo dicho; pero ya conoces
mi forma de ser y no creo que vayamos a volver a las
andadas: a discutir por un quítame allá esas pajas. Pero
volvamos al Catálogo. Es una preciosidad. En él se condensa
todo ese estilo tuyo y, por supuesto, el que ha heredado
Moisés. Ese hijo que tantas alegrías te está dando.
“El éxito del presente es producto de la ilusión del
pasado”. Claro: la que tú le fuiste insuflando a los tuyos
con tu trabajo diario y tu manera de hacerte grande en lo
que más te gustaba y para lo que reunías aptitud y talento.
Y, por ello, te convertiste en un privilegiado joyero de
piezas selectas de joyerías y relojes.
Repaso el Catálogo del 2007, de Chocrón Joyeros, desde 1948,
y veo en las magníficas fotografías con que viene ilustrado
a tu hijo convencido de que eres el mejor, entre los mejores
padres, y un maestro de la profesión.
Por todo ello, amigo, me voy a permitir hacerte una
observación: cuando te pueda el desánimo, cuando los
recuerdos te agobien, cuando no tengas tu día, repite todas
las veces que sean necesarias: “El éxito del futuro es
producto de la ilusión del presente”.
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