Llevo ya mucho tiempo
administrando mi dosis de fútbol. Dos partidos a la semana,
cuando hay Champions League, me parecen suficientes. Aunque
reconozco que, siendo madridista, me cuesta lo indecible no
ver al Real Madrid-Castilla. Por lo cual en ocasiones son
tres las veces que me siento en la tribuna de la sala de
estar ante el televisor.
Sin embargo, el parón de la Liga se me está haciendo muy
largo, cuando hace nada que los equipos han dejado de jugar.
Y mira que hay situaciones con las que no comulgo. La
primera es esa costumbre de poner los partidos a las diez de
la noche. Sí, ya sé que se debe a cuestiones comerciales,
pero no me negarán que el horario se las trae. Menos mal que
me alivia oírle decir a Schuster que a él jugando su
equipo a esa hora se le terminan cerrando los ojos en el
banquillo. De manera que ya no soy el único que da cabezadas
y se duerme antes de comenzar la segunda parte.
La segunda cuestión, me la he ganado a pulso: por haber
criticado tanto a Carlos Martínez y Michail
Robinson he sido condenado a sufrir la narración de los
partidos que hace Andrés Montes y la glosa de
Julio Salinas y de Kiko Narváez. Lo de
Montes, en la Sexta, está considerado por la crítica afín
como un espectáculo surrealista de un genial locutor. Si
André Breton levantara la cabeza, seguro que
vería en AM al más aventajado discípulo a la hora de
contarnos lo que le dicta el subconsciente aunque atente
contra la razón.
De momento, el hombre disfrazado de speaker auténtico del
Madison Square Garden, ha conseguido hacer más vulgares las
transmisiones futbolísticas y, sobre todo, ha logrado que
Julio Salinas participe de su show. Mucho dinero debe estar
ganando el ex jugador para reírle las gracias al tal Montes
y, de paso, secundarlo con dichos extravagantes. De no ser
así, me resultaría inexplicable la actuación del vasco
afincado en Barcelona.
En cuanto al fútbol en sí, y cuando ya han transcurrido
muchos días del desastre madridista ante el Huelva, confieso
que me desconcertó el proceder de Fabio Cappelo. En
principio, cayó en el error que han venido cometiendo sus
antecesores en el banquillo: darle a Guti el manejo
del encuentro en zona donde se convierte en un peligro para
su portería. Los cambios fueron también dignos de pertenecer
a esa corriente de pensamiento a la que antes aludía: el
surrealismo. De seguir prestando oídos a la prensa de
Madrid, Cappelo se irá desdibujando y de centurión terminará
por degradarse a legionario jubilado, que andará lampando
por refugiarse en el Lago Proserpina de Mérida.
En lo tocante al Barcelona, y a pesar de haber perdido el
Mundial de Clubs y de empatar frente al Atlético, me cabe
decir que sigue jugando muy bien. Sus jugadores hacen correr
el balón con velocidad y emplean el mínimo de toques para
llegar pronto y con peligro al marco contrario.
Es un juego de líneas estiradas e imaginativo, que a veces
se muestra imparable. Y lo que es mejor: en un conjunto
cuajado de buenos futbolistas, y con Ronaldinho como
estrella, destaca sobremanera la presencia de un gran
portero: Valdés. A quien se le están negando los
méritos que viene acumulando durante varias temporadas. Una
injusticia.
En relación a los entrenadores, me parece que han sido
cuatro los destituidos hasta el momento. Lo cual es algo tan
añejo como habitual. Lo grave es ver a algunos de los
despedidos, cuando apenas llevan dos días sin pertenecer al
club, sentarse en un plató de televisión o radio para emitir
opiniones. Esperen, señores técnicos, un tiempo prudente
para reflexionar sobre la parte de culpa que os corresponde
por el fracaso, antes de volver a sentar cátedra para
haceros el artículo.
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