Jesús Cordero, de quien hace ya
mucho tiempo que no sé nada, decía, cada dos por tres, que a
los clásicos hay que leerlos a edad temprana. Y yo le
respondía que a los clásicos se debe acudir siempre que uno
pueda dedicarles algún tiempo. Durante la tarde de
Nochebuena, me dio por adentrarme en la novela picaresca y
elegí el Lazarillo de Tormes. Un relato de ironía que
retrata perfectamente las miserias y problemas de los siglos
XVI y XVII. Y, desde luego, en su Tratado Segundo, aparece
el anticlericalismo existente en la época. El cual arranca
ya en la Edad Media.
Tal era así, que en Orense, en el año de 1419, los
habitantes de la villa cansados de su obispo, se sublevaron,
lo prendieron y lo arrojaron al río Miño. La religión
católica era una creencia de muchos en una fe que no les
impedía criticar ferozmente a aquellos representantes de la
Iglesia que corrompían el hábito con su comportamiento.
La Inquisición luchó contra el anticlericalismo latente en
hombres de gran cultura, cual Lope de Vega o
Cervantes. Ambos atentos en todo momento a criticar a la
Iglesia en una época de truhanes, de hambre, de epidemias...
Aunque con la prudencia que los tiempos recomendaban.
Del catolicismo español, ya escribió Unamuno en su
ensayo Religión y patria (1910): “En el orden religioso,
toda la miseria de esta pobre España, enfangada de mentiras,
es que se perpetúa una mentira: la mentira de que España sea
católica... No son católicos en su mayoría los que, haciendo
pública confesión de serlo, escalan los altos puestos. Y
mientras esa mentira no se borre, España no acabará de ser
cristiana”.
Verdad es que hay un catolicismo español muy especial.
Cervantes, en una de sus novelas -Rinconete y Cortadillo-,
coloca este diálogo:
“-¿Es vuesa merced por ventura ladrón?
-Sí -respondió él-. Para servir a Dios y a las buenas
gentes”. Esto en cuanto al mandamiento de no hurtar. Y en
cuanto al de no matar, he aquí lo que nos cuenta Díaz
Plaja en Los siete pecados capitales. “En unas
memorias del siglo XVII cuenta el protagonista que su
enemigo derribado le gritó: ‘No me mates, por la Virgen del
Carmen’. Y él contestó: ‘Has tenido suerte...: has nombrado
a mi Virgen y eso te salva. Si apelas a otra, no sales
vivo’. Lo cual no quita para que en España surjan los
católicos doctrinales y convencidos, que van más allá de los
preceptos divinos.
La religión se convierte en tema de enfrentamientos en
nuestro siglo XVIII y se agiganta cuando España, tras la
invasión napoleónica, se divide entre tradicionalistas y
liberales. Y así llegamos a la pérdida de nuestra colonias y
los intelectuales, cuando se estrena la Electra de Galdós,
entienden que nuestro futuro está en descontaminar al Estado
de toda creencia. A partir de entonces, se arma la
marimorena y aparece en escena la obra de Marcelino
Menéndez Pelayo, bendiciendo a la Inquisición.
Contra sus tradiciones se estrellan Unamuno, Ortega y
Gasset, Azaña...
Con la llegada de la Segunda República, en vez de cumplirse
el sueño secularizador de Azaña, el ideal que acabaría
tomando forma sería el de la Iglesia. Que, según dice
Fernando García de Cortázar, en Los Mitos de la
Historia de España, se venía preparando mucho más para
recibir al franquismo que par actuar en una democracia
liberal.
Durante esta navidades, están arreciando las muestras de
desagrado contra los símbolos religiosos, por parte de
maestros, de abogados, de padres de alumnos... Que han
suscitado la respuesta inmediata y contundente de quienes
defienden la postura de una España católica y
tradicionalista. Donde la Iglesia exige la tutela espiritual
del Estado. No escarmentamos.
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