Un año más nos disponemos a celebrar la fiesta cristiana de
la Navidad. Navidad es tiempo de alegría interna y serena.
Es tiempo en el que se disfruta entrañablemente de la vida
de familia. En esta Navidad de 2006 quisiera poderme hacer
presente en cada uno de vuestros hogares para desearos
cordialmente a todas las familias una feliz Navidad, llena
de ternura y de esperanza cristiana.
Muchos cristianos lamentan hoy que el consumismo y la
frivolidad hayan secuestrado estas fiestas de Navidad: su
contenido religioso se ha arrojado fuera, la sustancia de
estas fiestas se ha vaciado. Quizás pueda ser este
falseamiento un motivo que nos estimule a buscar su sentido
y ahondar en él. Una cosa está clara; el Hijo de Dios nace
en una gran pobreza y se manifiesta, en primer lugar, a
gente marginada y pobre.
Navidad es el tiempo en que se vive la cercanía de Dios. En
un niño pequeño Dios mismo empieza a estar con nosotros para
siempre. Nada ni nadie podrá separarlo de nosotros. Al
entrar en nuestra familia humana el Hijo de Dios se sumerge
en todo el espesor de nuestra existencia: sujeto al dolor y
a la muerte como consecuencia del pecado.
El mensaje de Navidad nos dice que, desde entonces, el
hombre ya no está solo. No vive, no trabaja, no lucha, no
sufre, no muere solo, porque Dios está con él, se ha hecho
solidario con la trágica existencia humana. Navidad es un
misterio de solidaridad de Dios con los hombres que exige
solidaridad para con nuestros hermanos.
Estamos llamados a robustecer y a salvar esta institución
fundamental del ser humano que es la familia. Llevamos
demasiados años de ataques a la familia: se han aliado
contra ella ideologías, leyes y formas de vida. Pero, aunque
maltrecha, todavía se mantiene en pie. Si ella desaparece,
el hombre y la sociedad quedarán heridos en el centro de su
ser.
Este no es un discurso conservador. No todo lo humano se
puede calificar con etiquetas políticas. Nada ha erosionado
tanto a la familia en occidente como una “ideología
progresista”, que desvincula el ejercicio de la sexualidad
del amor y el matrimonio, y lo exalta como puro y simple
medio de evasión y hasta de liberación del individuo.
Hay algo que hacer ya ahora a favor de la familia, más
inmediato y más apremiante. Estamos en la Navidad, fiestas
que congregan a las familias, fiestas alegres en torno al
nacimiento de Jesús, el Salvador. Y como contrapunto, son
muchas las familias que estos días sufren por el paro, las
estrecheces económicas, la drogadicción , el alcoholismo, la
separación, el abandono, el divorcio, los malos tratos, la
enfermedad y la soledad.
A pesar de todo el desprecio frívolo por la familia, de
tanto “progresismo” , la familia ha sostenido a muchos
“náufragos de la vida” durante estos años y seguirá
sosteniéndola en los venideros. Muchos son los jóvenes y
adultos que sin un puesto de trabajo, a pesar de buscarlo, o
sumidos en la droga o en la desesperación, han encontrado
apoyo en sus familias. Todavía es la familia un reducto de
fidelidad, de cariño y de ternura, en un mundo cada vez más
áspero y desabrigado.
Hoy la familia, en el desamparo y en medio de tantas
dificultades, necesita nuestra cercanía y nuestra ayuda. La
familia sometida a tantos obstáculos y tan poco apoyada en
la situación actual, debería merecer nuestra atención ahora
y siempre.
Como Pastor de la Iglesia de Cádiz y Ceuta os deseo una
feliz Navidad, una Navidad que nos comprometa a superar
divisiones, una Navidad llena de amor, alegría y esperanza.
¡Feliz Navidad y Año Nuevo 2007!
Obispo de Cádiz y Ceuta
Cádiz, 19 de diciembre de 2006.
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