Mis queridos diocesanos:
Desde que el Papa Pablo VI creara hace 41 años la Jornada
Mundial de la Paz, todos los años, el día 1 de enero, la
Iglesia proclama su mensaje de reconciliación universal y
lanza un grito suplicante por la paz y la justicia entre los
hombres y los pueblos.
1. La persona humana, corazón de la paz
El Papa Benedicto XVI ha propuesto el siguiente lema: “La
persona humana, corazón de la paz” (1), como queriendo
indicar, que no pongamos límites, que no alcemos los muros
que estrechan y encierran el clamor por la paz. El Papa
llama a lo más hondo del corazón y a lo más ancho del mundo,
para que apreciemos la universalidad de una paz
dolorosamente aplazada. Dice el Papa Benedicto: “Estoy
convencido de que respetando a la persona se promueve la
paz, y que construyendo la paz se ponen las bases para un
auténtico humanismo integral”. Porque la violencia y la
amenaza no tienen contornos precisos y delimitados. Anida en
el corazón del hombre y se extiende e invade las naciones y
los pueblos. El Papa se dirige en particular a todos los que
están probados por el dolor y el sufrimiento y, sobre todo a
los niños, que con su inocencia enriquecen de bondad y
esperanza a la humanidad y, con su dolor, nos impulsan a
todos a trabajar por la justicia y la paz (2). El creyente
debe sentirse convocado en lo más íntimo de su fe y de su
relación con Dios a esta llamada suplicante de paz.
2. La persona humana y la paz
Dios mira a los hombres con mirada de paz. Una paz que viene
de Dios mismo (3), cerrando la alianza eterna con los
hombres (4). Por eso rechaza la falsedad de los que dicen
paz, cuando no la hay (5). La paz exige la práctica de la
justicia y de la misericordia: “el fruto de la justicia es
la paz” (6), y allá en el horizonte anhelado, la esperanza
de reconciliación entre los pueblos en que “no alzarán la
espada nación contra nación ni se ejercitarán para la
guerra” (7).
En estos días cuando continúan resonando en el corazón del
hombre el mensaje de la Navidad debemos acoger con gratitud,
la paz de Cristo (8), que Él nos ganó con su sangre.
Jesucristo, nuestra paz, derriba el muro que separaba los
pueblos, creando un solo Hombre Nuevo haciendo la paz “por
medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad”
(9).
3. Don de la paz
El Papa Benedicto en su Mensaje afirma: “La paz es al mismo
tiempo un don y una tarea. Si bien es verdad que la paz
entre los individuos y los pueblos, la capacidad de vivir
unos con otros, estableciendo relaciones de justicia y
solidaridad, supone un compromiso permanente, también es
verdad, y lo es más aún, que la paz es un don de Dios” (10).
En la promesa y en la esperanza de la plena reconciliación y
de la paz se sitúa el creyente y trabaja sin desmayo,
adelantando en lo posible un cielo nuevo y una tierra nueva
que Jesucristo ganó para todos.
4. Tarea de la paz
Nosotros no pongamos límite a esta llamada por la paz que
nace de la justicia entre los hombres y los pueblos. Es una
tarea en la que tenemos que ejercitarnos para ser
constructores de la paz. Cualquier conflicto, cualquier
situación, cualquier sufrimiento interpelan y evocan al
cristiano. Nadie puede alegar hoy ignorancia o sentirse
lejano de los sufrimientos y violencias. Por la
universalidad de la información todos sabemos de alguna
forma y todo se aproxima hasta entrar en nuestro hogar y en
nuestro espíritu. Y siempre podemos hacer algo. La violencia
comienza y nace en el interior de cada uno y crea en torno
nuestro la crispación que vivimos en nuestras relaciones
inmediatas y cotidianas (familia, vecinos, trabajos, etc.).
5. Dificultades para una pacífica convivencia de la que nos
habla el Papa Benedicto XVI
Más allá, en el horizonte de nuestro país, existen todavía
dificultades para una pacífica convivencia de la que nos
habla el Papa. Pero, además, no vivimos aislados, sino que
estamos metidos de lleno, en los complejos problemas
internacionales, de los que no podemos evadirnos. Problemas
internacionales, que son nuestros problemas y en los que
estamos llamados a jugar un papel.
Estos problemas son conocidos por todos: el derecho a la
vida, el derecho a la libertad religiosa, la igualdad de
naturaleza de todas las personas, y la ecología de la paz
(11). El doloroso caso del Líbano y la nueva configuración
de los conflictos. La confrontación Este-Oeste con la sorda
y persistente amenaza nuclear que pone en peligro la
supervivencia de la misma humanidad. La carrera de
armamentos que añade al permanente peligro de la agresión,
desmesuradas inversiones en recursos humanos y económicos
que sostienen a la lucha más noble contra el hambre, la
enfermedad, la inculturización y la injusticia. Mientras las
inversiones armamentistas se incrementan de un modo
insoportable, los pueblos del Tercer Mundo se hunden en una
pobreza que parece no tocar fondo enfrentados en guerras que
los desangran y que, en gran medida, son inducidos desde el
exterior (12). La explotación abusiva de sus recursos que le
hicieron exclamar proféticamente a Juan Pablo II, de feliz
memoria, que los Pueblos del Sur pagarán a los opulentos
Pueblos del Norte, pueblos que exigen de nosotros justicia y
solidaridad.
6. La paz, obra de la justicia
Los Obispos españoles afirmábamos en el Documento
“Constructores de la Paz”: “Aunque la paz sea un don que
Dios concede a su pueblo, la construcción de la paz es
también tarea de los hombres; para ello es preciso vivir con
sentimientos de reconciliación, con espíritu de justicia y
con actitudes de solidaridad y misericordia hacia los más
débiles y necesitados de la sociedad” (13). Por eso, la paz
verdadera es obra de la justicia y se construye en la
fraternidad.
Tanto la Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano
II, como las sucesivas intervenciones de los Papas, han
insistido en la necesidad de garantías jurídicas y de pactos
internacionales que regulen las relaciones económicas y
políticas entre los Estados, y, a la vez protejan las
decisiones de los hombres y de los pueblos (14). Si queremos
la paz hemos de construir un ordenamiento internacional
nuevo en el horizonte de un mundo único y una familia única.
En este empeño todos y cada uno, desde su responsabilidad,
estamos llamados a la acción.
El Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, insiste en la
defensa de los derechos de todos y cada uno (15), así como
de la unicidad e irrepetibilidad de cada hombre (16), de
modo que toda violación de la dignidad personal del ser
humano grita venganza delante de Dios y se configura como
ofensa al Creador del hombre (17).
La paz aparece solamente donde se salvaguardan las
exigencias elementales de la justicia. El respeto
incondicional y efectivo de los derechos imperceptibles e
inalienables, de cada uno es condición “sine qua non” para
que la paz reine en la sociedad (18).
Una sociedad donde estos derechos no son protegidos, no
puede estar en paz consigo mismo, lleva en sí un principio
de división y explosión. En la medida en que los dirigentes
se dediquen a edificar una sociedad plenamente justa, ofrece
ya una aportación decisiva a la edificación de una paz
auténtica y duradera.
7. La tolerancia, camino de la paz
Lastimar la conciencia es ampliar la hondura a la violencia
y generar nuevas violencias que hieren a los hombres, a las
comunidades y a los pueblos. Se hiere la conciencia mediante
la dominación y la injusticia. Se desprecia la conciencia
cuando se acallan las ideas, se niega la libertad o se
impide la responsabilidad y la participación. Se lastima la
conciencia cuando se manipula a los hombres mediante
informaciones parciales o mensajes dirigidos para atentar a
la propia libertad y a la identidad moral. No se respeta la
conciencia cuando se impide o dificulta vivir conforme a las
propias convicciones morales. Se lastima la conciencia
cuando se niega la libertad religiosa y su ejercicio
tolerante y pacífico.
En este sentido el Papa Juan Pablo II señala la intolerancia
como una amenaza para la paz (19). “La libertad de
conciencia, rectamente entendida, por su misma naturaleza
está siempre ordenada a la verdad. Por consiguiente, ella
conduce no a la intolerancia, sino a la tolerancia y a la
reconciliación. Esta tolerancia no es una virtud pasiva,
pues tiene sus raíces en un amor operante y tiende a
transformarse y convertirse en un esfuerzo positivo para
asegurar la libertad y la paz de todos” (20).
Es evidente que en nuestra sociedad se dan diferencias
culturales, ideológicas, religiosas, políticas, económicas,
sociales y generacionales. La radicalidad y la intolerancia
nos apartarían del camino de la paz. Es imprescindible un
esfuerzo de comprensión y de progreso social en actitudes de
convivencia y solidaridad. La sociedad y el pluralismo,
resultado de un reconocimiento de la libertad en la vida
social y política, no tienen por qué convertirse en
rivalidad e intolerancia si progresamos socialmente en
actitudes morales requeridas por la paz (21), siendo
defensores de la libertad de todos y de una sociedad fundada
en el respeto, el diálogo, la colaboración y la convivencia
y solidarios en el reconocimiento de la dignidad de toda
persona humana y en el empeño por el bien común.
Cada cristiano, con humildad, debe sentirse a la escucha de
la voz de la conciencia, evitando la tentación de erigirse
en norma intolerante de la verdad. Juan Pablo II diría que
la contraseña de quién está en la verdad es amar con
humildad, porque la verdad se realiza en la caridad. Sólo el
amor y la misericordia podrán cumplir esa paz que será de
todos o de ninguno.
Queridos diocesanos, escuchemos al Papa Benedicto y leamos
con atención su Mensaje sobre la Paz, que nuevamente nos
habla al corazón. Celebremos esta Jornada Mundial de la Paz,
conscientes del servicio que como cristianos estamos
obligados a prestar al mundo de hoy, y recemos
insistentemente por la paz del mundo.
Que la Santísima Virgen María, Reina de la Paz y Madre de
todos los hombres, nos alcance la gracia de un corazón nuevo
para construir un nuevo orden en las relaciones de los
hombres y de los pueblos, cimentadas en la libertad y la
justicia, la verdad, el amor y la paz.
Reza por vosotros, os quiere y bendice,
Obispo de Cádiz y Ceuta
Cádiz, 20 de diciembre de 2006.
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