Me dice una señora que, con lo que
estoy contando sobre las navidades, les trae recuerdos
imborrables de esa época donde ella también era muy muy
jovencita y que, pota tanto, me quiere agradecer lo feliz
que estoy haciendo transportandola a aquella época en la que
se era más solidario que lo que se es ahora. Al mismo tiempo
me recuerda, el gran amor que siento por mi Callejón del
Lobo, ese pedazo de calle, donde estos peazos de ojos que no
se pueden aguantá vieron las primeras luces del día.
Me alegro, señora, de haberle traido recuerdos imborrables
de su juventud, con estas cosas que sobre las navidades de
mi niñez estoy contando, en estos días de Navidad, donde he
prometido ser bueno y dejar tranquilo a los políticos u lo
que sean, que tampoco estoy dispuesto a exagerar en el
tratamiento de aglunos de ellos, que se parecen a los
políticos de verdad,, como un huevo a una castaña. Bueno,
mejor dejamos esto, de momento, ya que no me gusta incumplir
una promesa pero es que, en cuanto me tocan el tema y viendo
el patio como está, me lanzo y empiezo a decir cosas sobre
el asunto, que hacen que, más de uno, se me cojan un cabreo
e aquí te quiero ver. Volvemos por la senda de la Navidad y,
en estan tan señalada fiesta, no le amarguemos a nadie un
polvorín.
Y en cuanto al gran amor que siento por mi Callejón del
Lobo, donde mi madre me trajo al mundo un domingo de Ramos a
las seis y media de la tarde, es algo que tiene comparación.
Allí en esa calle que tiene forma de T he pasado los años
más felices de mi vida y, no sólo eso, sino que encontré a
quien más feliz me ha hecho durante toda una vida. Allí está
escrito el inicio de mi historia, mis vivencias, mis
paisajes y mis paisanajes, mis amigos de siempre y toda
aquella gente mayor que conocí y de la que tanto aprendí.
Recuerdo, con especial cariño a mi familia Artacho, con la
que durante tantos años compartí mi vida, cuando las puertas
no eran blindadas y se abrían con sólo tirar de una cuerda
porque, los Artachos, no eran mis vecinos de patio, eran mi
familia y siempre los llevaré en lo más profundo de mi
corazón. Del mismo modo que me viene a la memoria, Roque
Guerrero del Peñón y toda su familia, su esposa Anita
induida, cuando en el patio de las gaseosas ayudabamos a
pelar las almendras de aquellos polvorones que por la
navidad hacía Roque y donde Anita nos vigilaba para evitar
que nos comieramos las almendras. Era una vigilancia de “mentirijillas”.
Pues ella era el primera que nos abastecía de polvorones.
Recuerdo a los Benítez, Sánchez, los Bernaolas y cómo podría
olvidar a Nicasio y a su familia, propietario del Bar El
Cantábrico y nuestras partidas de billar donde, por cierto
Nicasio hijo, siempre nos prueba.
Los recuerdos de mi adorado Callejón del Lobo, se agolpan en
mi mente y me hacen imposible describirlos todos, fueron
tantos y tan felices que me están llenando de emoción.
Era esa época, donde los niños teníamos que inventarnos
nuestros propios juegos y para jugar al fútbol, la mejor
pelota era una medida llena de papeles con su culo de pollo
incluido que hasta la hacíamos votar. Cuanto me diste,
Callejón del Lobo. |