¿Qué dicen? ¿Qué si me he
despertado hoy con la cantinela de los niños de San
Ildefonso que, por cierto, estrenan uniforme? Vale, es 22 de
diciembre y a ustedes no les importa con la melodía con la
que me he levantado, aunque les garantizo que, a las seis de
la mañana, que es cuando mi reloj biológico me hace saltar
de mi futón, el soniquete de los números cantados aún no
había tenido comienzo. Pero me consta que hoy es un día de
enormes expectativas y plenamente navideño y ayer se
agotaron las participaciones del sorteo prácticamente en
toda España. Aunque ayer, el lotero que pasa por el bar de
las cuatro esquinas que es donde paro a tomarme el cafelito,
seguía ofreciendo el Gordo y el Niño con su racial arenga
poética, que es tipo el Mester de Juglaría pero en paleño,
ya la conocen “Si quieren ver lotería bájenme los pantalones
y verán el premio gordo con dos aproximaciones”. Lo lleva
años repitiendo, porque su repertorio es monotemático, pero
siempre arranca alguna carcajadota grosera “¡A vé! ¡Dame
usté la suerte!”. A mí es difícil que me toque, de hecho,
según las estadísticas tengo más posibilidades de perecer
churruscada por un rayo que de resultar agraciada en la
lotería y tampoco tengo excesivas esperanzas ya que llevo un
solo décimo y encima me lo ha regalado un propio. Aunque yo
hubiera preferido que me diera los veinte euros antes que el
boleto, porque el dinero me lo gasto en pastilleo dietético
y con el décimo, si no resulta agraciado, poco tengo que
hacer .Como mucho deslizarlo en un contenedor de reciclaje
de papel y cartón para ser ecológica.
Eso sí, conozco a profesionales de la buena conciencia, de
esos que hacen el Master en Melindres que siempre ponen los
ojos en blanco y suspiran diciendo “Que le toque a quien más
falta le haga”. Pues bien, antes de que le toque a otro
prefiero que me toque a mí, que también estoy muy faltita y
pasando muchas fatiguitas. De hecho, me ilusionaría ser
afortunada tanto por el pellizquito como por la parafernalia
festiva que es condictio sine qua non de estos eventos. Como
el décimo me lo regalaron comprándoselo a un lotero para por
el bar frente del Hospital Carlos Haya, me dirigiría rauda
al establecimiento para aunarme al júbilo de los otros
agraciados y salir en Canal Sur y cosas así de autóctonas
como la lluvia de cava extremeño, que no catalán, porque
Roma no paga a traidores y el griterío tan de la España Cañí,
con la que me siento emocionalmente identificada.
Pero, aunque no vea la suerte pasar ni de refilón, esta
mañana es hermosa porque latimos con las voces chillonas de
los niños, como cada Navidad. Y como están las cosas, hemos
de aferrarnos a estas tradiciones, aunque la Constitución
Española no reconozca como derecho inalienable, por el
momento, el derecho de los españoles a ser felices y del
Gobierno de turno a realizar las infraestructuras necesarias
para garantizar ese derecho a la felicidad. ¿Qué por qué
digo “por el momento”? Pues porque un taxista me ha soplado
que cuando venga Rajoy y modifiquen el texto constitucional
van a añadirlo, previo referéndum. Además con Aznar la
lotería tocaba más y ningún malnacido cuestionaba la Navidad
. Pero ese es el artículo del 24 de diciembre, en el de hoy
les deseo suerte, que le toque a Hamadi Amar Mohamed, a su
cuñada Nawal, a Karim de IU, a mi director que es perita, al
Editor y a José Antonio Martín que es mi amigo. Y que me
inviten.
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