Ayer se ha celebrado la última
sesión plenaria correspondiente a este 2006 que está dando
las boqueadas. Lo cual me hace recordar cuando yo asistía a
los plenos y me lo pasaba en grande dándole vida a la
crónica parlamentaria.
En la crónica, ese género periodístico que admite las
valoraciones, aunque tampoco le haga ascos a la información,
la subjetividad es mucho mayor que en la noticia. De ella se
dice que es una información más elaborada, comentada y
firmada; es decir, personalizada.
En suma: a mí me chiflaba cubrir los plenos porque podía
describir el ambiente y recrear, en la medida de mis
posibilidades, de qué manera se expresaban los concejales,
ahora diputados. Tampoco desdeñaba el prestarle oído a los
secretos y entresijos de la política local.
Y es que en cuanto ponía los pies en el interior del
edificio municipal, había personas interesadas en ponerme al
tanto de cuestiones que me ayudaban a que la crónica tuviera
ese interés que suele despertar lo secundario entre los
lectores.
Y más que secundario, pues en ocasiones me confesaban hechos
dignos de ser tenidos en cuenta, a la gente la ponía
descubrir lo que parecía llevar el sello de lo prohibido.
Más o menos lo que ahora llaman, pomposamente, cometer
incorrecciones políticas.
La crónica debe ser literaria. Hay que esmerarse en su
redacción. Y recubrirla de conversaciones y de chismes y
destacar, por encima de todo, los detalles que pasan
inadvertidos para los demás. Insistir acerca del momento
actual que atraviesan los políticos: su estado de ánimo, sus
gestos, sus tiques, sus filias y fobias.
Hay que prestarles mucha atención a quienes en un momento
determinado pegan una cabezada y, por tanto, se despiertan
bruscamente y se dan cuenta de que han perdido la noción del
espacio y del tiempo.
La manera de vestir de los parlamentarios ayuda también a
que la crónica se enriquezca. Fijarse en los detalles de una
corbata, en el peinado de una diputada, en los cruces de
miradas que se producen entre unos y otros...
Yo le prestaba una enorme atención a la forma de hablar de
quienes intervenían durante el Pleno. Si el orador decía a
nivel de, en vez de en relación con, le daba una puntuación
muy baja. Si hablaba de contemplar, donde convenía hacer uso
del considerar, ídem. Y qué decir de la pobre impresión que
me causaban los que dinamizaban cuando pegaba decir
agilizar; los que especulaban en vez de conjeturar; o los
que se ponían el listón tan alto que no entendían que el
obstáculo eran ellos.
Y así, créanme, podría ir enumerando palabras o frases que
entraban de lleno en el vocabulario para eurogilipuertas,
confeccionado en su día por Luis Díez Jiménez. A los
eurogilipuertas que he visto orar en las sesiones plenarias,
podría remedarlos de memoria. Hay uno, sobre todo, que en su
tiempo de concejal estuvo a punto de que el Ayuntamiento
cayera en bancarrota. Pero él seguía perorando hasta llenar
de bostezos la sala de asistentes a los plenos. Es verdad
que el hombre sigue en la brecha; si bien ahora nos
anestesia con sus artículos semanales. Los cuales son tan
hieráticos como faltos de credibilidad.
A los licenciados en periodismo les vendría muy bien hacer
crónicas literarias de los plenos. No deberían limitarse a
la información. Y seguro que ese trabajo subjetivo, de
cuanto acontece en las sesiones plenarias, les reportaría
muchos beneficios. El principal, a mi modesto entender, es
que les proporcionaría la oportunidad de crear una sección
muy personalizada e interesante. Y, cómo no, les ofrecería
la ocasión de crecer mucho en su labor.
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