Estoy esperando a que algún alma
noble me regale esta Navidad un jamón, no porque tenga la
mínima intención de llevarlo a deshuesar y pegarme un
festival para generar adipositos, sino para regalárselo al
padre cura de mi parroquia y que me de una dispensa para
comer pescado sin congelar. Antes, se compraban las bulas y
dispensas para poder comer carne durante la Semana Santa y
los curas, por cierto, no se gastaban las dádivas en el
bingo ni reparaban sus sotanas raídas, sino que hacían
caridad con los pobres. Supongo que actualmente seguirá la
costumbre, aunque nunca he pedido que me dispensen de nada,
pero lo mismo, si los nuestros nos liamos con las bulas y
visto que los ateos están reculando en su beligerancia, el
Ministerio de Sanidad reconsidera sus pamplinas y nos
permite degustar los genuinos boquerones en vinagre sin
haberlos congelado previamente. Ya saben, la asquientosidad
del anisakis, el virus o la bacteria de los cojones, que
dicen que infecta el pescado crudo y ahora hay que pasar por
hielo cualquier delicia de piscifactoría o de la mar.
Y ese bicho, el anisakis, debe ser cosa nueva o algo de la
guerra bacteriológica, porque toda la vida nos hemos metido
entre pecho y espalda esos boquerones, ese caldillo de
pintarroja, ese adobillo y todo lo que nos ha salido de la
ingle y estado al alcance de nuestros bolsillos sin
intoxicarnos ni que nos dé alergia alimentaria. Para mí que
los únicos que tenían problemas con la comida eran los
celíacos y algunos casos de intolerancia a los lácteos, pero
ignoraba, pese a leer con interés todos los suplementos
dominicales de salud, es decir, literatura médica
divulgativa al alcance de mi diáfana inteligencia
superficial, ignoraba que “todos” corremos riesgos porque,
el pescado, en general, está contaminado. Eso sí, no nos
explican las causas de la aparición del anisakis de las
pelotas, ni de donde viene, ni si es algo creado por
enemigos colectivos para envenenarnos. Solo sabemos que está
y que podemos enfermar en plan epidemia de cagaleras y
alergias. Por cierto, el marisco no tiene el bicho y no hay
que congelarlo. ¿No les huele el tema a invento de poderosas
multinacionales que se han hecho con el monopolio del
centollo y quieren asustarnos para que no comamos sardinas?
Si. Tienen razón. Me estoy poniendo conspiranoica, pero todo
este montaje, justo en las Navidades, cuando las gentes
hacen un dispendio en alimentación y los grandes cocineros
se quejan amargamente porque el pescado congelado pierde
textura y sabor y ahuyenta a los comensales, toda esta
invitación a comer marisco me parece que se adentra de lleno
en la Teoría de la Conspiración y que hay poderes ocultos
que instrumentalizan el anisakis para impedirnos la tapa
baratera del boqueroncillo en vinagre. Aunque si piensan que
no asustan yerran, al menos no han sopesado, esos
conspiradores tras los cuales puede muy bien estar el
gobierno de Corea del Norte o el mismo Putin, no han
sopesado la calidad y dureza de los estómagos nacidos y
criados en el Rif. Si yo he sobrevivido al Nador posterior
al Protectorado no hay virus ni bacteria que me pueda porque
he mamado anticuerpos. Por ello insito en el tema del jamón
como pago de una dispensa y que, el Gobierno, para no
atentar contra nuestras creencias nos permita a hombres y
mujeres de fe buscarnos la vida y el pescado de pegar saltos
en el puesto a nuestras barrigas. La muerte no es el final,
amamos el riesgo.
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