Sentada ante el televisor se me
atragantó la sosa tarrina de arroz integral calentada en
microondas que constituye hoy por hoy mi tentempié
dietético. Me atraganté y se me cortó la digestión porque,
la sosez endémica del arroz se transformó en un regusto
amargo de hiel y acíbar, ante la increíble noticia de que,
Zetapé, va a regalar a la ONU más que quinientos millones de
euros de los españoles. Una generosidad y dadivosidad muy
alabadas, porque, nuestros dineros, irán, al parecer a
“Proyectos de desarrollo” y además, la esplendidez permitirá
que España tenga más representatividad, a más enchufados y
amiguetes colocados y encima con el despliegue del montaje
de la Alianza de las Civilizaciones, con oficinas,
empleados, funcionarios, cargos representativos, consejeros,
secretarias. Una auténtica agencia de colocación para
privilegiados. Y eso en un país, como es el nuestro, que
cuenta con ocho millones de pobres, más los que van
llegando, o los que están aquí viviendo en la más profunda
miseria.
Quinientos y pico millones “por la cara” sin consultar a
Dios ni al diablo, sin preguntar al pueblo español si
preferimos que esos dineros, que no son de la herencia de
los antepasados del pesóe, sino que salen de los bolsillos
de la puteada y esquilmada clase media, si esa cantidad
preferimos destinarla íntegramente a sacar de la pobreza a
los nuestros. O en mejorar en trescientos euros cada pensión
de los abuelos, para que no salgan a mendigar los días
veintiséis de cada mes por las calles de las ciudades.
Quinientos millones para viviendas sociales, que se han
sorteado en Málaga mil VPO y han concurrido veintidós mil
criaturas.
¿Comprenden por que me amargó el arroz? Sí, por eso mismo,
por las crueles pamplinas que constituyen cada uno de los
gestos de nuestros gobernantes. Por su frialdad y su
distancia con los problemas auténticos que angustian y
apenan al pueblo soberano. Y si se quiere aliar con
civilizaciones nuestro Zetapé que, en lugar de andar de
visita con el presidente argelino o con el loco iraní, se
pase por los campos de Níjar y vea a mis paisanos marroquíes
que se dejan los pulmones bajo los plásticos, atufados por
los productos químicos arrancando tomates, que les vea
viviendo en cortijadas abandonadas, intentando mantener en
su miseria, una mínima dignidad. O que se vaya a la fresa de
Huelva para ver a los marroquíes y a los mauritanos, por no
decir a los africanos, viviendo bajo cartones.
¿Prefiere nuestro Presidente tal vez pasearse por Jaén? Sí,
hombre, a la aceituna, cuando llegan los magrebíes a Baeza y
las hermanitas de las Carmelitas Descalzas se quitan de
comer lo poco que poseen para darles bocadillos a los
hambrientos y desesperados inmigrantes que van buscando tajo
y jornal. No se puede tratar como animales a las criaturas
en el país de uno y montar al tiempo pedazo de oficinas a
todo plan para “las Alianzas”.
Con los sudacas, al parecer no hay tampoco que perder mucho
el tiempo, esos se hacinan de veinte en veinte en pisos
miserables a mil euros al mes, realquilando los camastros,
aunque con la civilización de ellos, que es la nuestra, pues
de lo mismo hemos mamado en lengua, religión y cultura, no
hay que “aliarse”. Quinientos y pico millones que,
invertidos aquí podrían aliviar muchas penas y muchas
fatiguitas, pero nosotros, ni generamos puestazos ni somos
la ONU, somos simplemente mierda.
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