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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 20 DE DICIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

El Príncipe Alfonso
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando la muerte de Mustafa Ahmed, vecino ejemplar y hombre cabal, ocurrida el pasado abril, yo escribí acerca de El Príncipe Alfonso. Un barrio al cual podría aplicársele una sentencia de la Ley de Murphy: “Cuando las cosas se dejan a su aire, suelen ir de mal en peor”. El Príncipe Alfonso ha ido creciendo bajo la mirada distante de las autoridades y, por supuesto, de los políticos. Nunca se le prestó la debida atención a una barriada que parecía estar muy lejos de una ciudad abocada a expandirse y, por tanto, dispuesta a reducir las distancias con su periferia.

Recién llegado yo a Ceuta, en los albores de los años ochenta, hablar de El Príncipe Alfonso parecía estar prohibido. Había una especie de acuerdo tácito para desviar cualquier conversación relacionada con un lugar que iba creciendo a su aire; es decir, a gusto de quienes llegaban para construirse una vivienda o habitar la de otras personas que un día decidieron trasladarse a otra zona.

Muchos ceutíes, de aquel tiempo, desconocían lo que tachaban como suburbio y lo consideraban peligroso, además. Así, cuando me daba por preguntar, lo primero que respondían es que me olvidara del asunto y que bien haría en no poner los pies en aquel sector. Eran consejos de políticos y autoridades a quienes llegábamos de afuera. Y a fe que los forasteros cumplían a rajatabla la recomendación. No fue mi caso. De manera que un día me planté en El Príncipe Alfonso y recorrí algunas de sus calles.

Durante el paseo, siendo como era entrenador de la Agrupación Deportiva Ceuta, fui reconocido y me invitaron algunos vecinos a beber el té de la amistad en un cafetín. Pasé un rato agradable y me sentí satisfecho de haber estado en un sitio del que se contaban historias negativas, pero que estaba abandonado a su suerte por quienes tenían la obligación de cortar de raíz todos los males que empezaban a anidar en lo que catalogaban de arrabal.

Algunos años después, me dio a mí por escribir en periódicos y subí andando al Príncipe para hacer un reportaje. Y volví a ser tratado muy bien por los vecinos de una barriada que había crecido en medio de un enorme caos urbanístico y, naturalmente, dejaba ya entrever los muchos problemas que ocasionaba la dejadez con que las autoridades miraban hacia un lugar al que todavía veían a mucha distancia del centro.

De aquella época, recuerdo a Laarbi Mohamed, hoy presidente de la barriada, como alguien comprometido con los problemas de su barrio y siempre atento a denunciar las muchas carencias existentes en un lugar que podía convertirse en peligroso. Mas por mucho que Laarby Mohamed y otros vecinos, de cuyos nombres siento no acordarme, insistieran en propalar que había llegado la hora de que se adoptasen decisiones políticas encaminadas a erradicar los males que iban brotando en su barrio, los poderes públicos se encogían de hombros y ponían de manifiesto una sordera nefasta y temeraria.

Con ese comportamiento, los poderes públicos, tanto locales como gubernamentales, propiciaban que El Príncipe Alfonso caminara, sin solución de continuidad, hacia lo que se ha dado en llamar un ghetto. Un espacio excelente como caldo de cultivo de innumerables problemas que terminarían dañando a la sociedad ceutí y manchando la imagen de una ciudad que está siempre -y no hay victimismo en mis palabras- cual la flor del vilano: sometida a los vaivenes del viento de las críticas.

La muerte de Mustafa Admed fue un aldabonazo más en un sitio donde la violencia ha tomado ya cuerpo. Los últimos acontecimientos, referidos al terrorismo, invitan a pensar que todo lo que empieza mal, acaba peor. Es lo que dice la Ley de Pudder.
 

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