Como estamos en fiestas navideñas,
y hemos prometidos ser buenos durante estas fiestas, vamos a
seguir contando cosas de cómo se celebraban las navidades en
la época de mi niñez. Esa época donde encontrar algo para
comer ya suponía todo un milagro, pero donde se ponían las
botas “los estrasperlistas” y hasta algunas de las fortunas,
de hoy día, se consiguieron de esta forma de trabajar. Digo
trabajar, porque de alguna forma hay que llamarles a quienes
se enriquecían a costa de la miseria de los demás, que como
en la poesía de la feria de Jerez, te vendían por treinta lo
que sólo valía diez. Y eso es lo que había, o sea como las
lentejas si las quieres las tomas y si no las dejas.
Quisiera, con el permiso de todos ustedes “usease vusotros”,
rendirle un homenaje al animal que más hambre quitó en
Navidad a todo el personal, que no fueron pocos, con un
potencial económico al del menda. Me da igual que lo
comparen con el de antes o con el de ahora, el potencial
económico se entiende, aunque a decir verdad, no miento
nunca, el de ahora es mucho más potente que el de aquella
época donde para ver una “rubia” me tenía que ir a la puerta
de una peluquería de señoras. Bueno, no el menda sólo, sino
algunos otros que hoy presumen de ser millonarios pero que,
para su desgracia, no han encontrado el liquido milagroso
que sea capaz de borrarle la huella del aro del cubo en el
culo. Otro día hablaremos de esos millonarios o nuevos ricos
como le llaman ahora, y de cómo se fraguó su fortuna. Oiga,
amigo guardia, que en ese asunto hay tela que cortar.
Bueno, lo dicho, me voy a permitir darle ese homenaje al
animal que más hambre nos quitó, en aquella época de ni
niñez a los hogares españoles fue, sin discusión a duda
alguna, el pollo. Ese pollo que cuando llegaba la Navidad,
era esperado como agua de mayo.
La cosa empezaba por comprar un pollo pequeño e irlo criando
de la mejor forma que se podía, con lo que sobraba de las
comidas y de esa forma, cuatro o cinco meses después, el
pollo estaba lo suficientemente criado para darle el
matariles y servir de cena de Navidad como manjar exquisito.
Todo un año esperando para poderte comer un trozo de pollo
en tan señalada fecha.
A veces, con tanto tiempo al lado de uno, nos daba una gran
pena que tuviese que ser sacrificado quien, hasta cierto
punto se había convertido en uno más de la familia. Pero el
hambre es tan poderosa que, para que una vez al año pudieses
comerte un trozo de pollo, se sacrificaba con todas las
penas del alma pero sin remordimientos Era ley de vida.
Y aquellas mujeres, las mejores cocineras del mundo, las que
eran capaces de con nada ponerte de comer convertían, al
pollo, en el manjar más exquisito, que habías comido en tu
vida. Y encima, su sabiduría era tan grande que con el
menudillo, las tripas bien lavadas con vinagre y sal y los
huevos, te hacían al otro día una paella que era el no va
más del bien comer.
Hoy, en esa memoria vieja que llevo unos días haciendo,
recordando cosas de mi niñez, he querido hacerle un pequeño
homenaje al animal que sirvió, en todas las casas de los
pobres, para comer algo extraordinario en Navidad, el pollo.
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